Dicen por ahí que madre no hay si no una, pero a mí me tocaron dos y no por mi decisión, y tampoco sé por qué pasó, pero me parece que fui bendecida.

¿Y Puede uno tener dos mamás y amarlas al tiempo, a pesar de que son diferentes la una de la otra?

Les digo que sí.

Esta historia es mía. Estaba en mora de hacerlo y quiero escribirla y contarla ahora que ambas están vivas y con todas sus facultades, porque quiero que ellas sepan lo que significan en mi vida y decirles además que soy su hechura y su esencia.

Mi madre Biológica, es hermosa, dulce, tierna, no hay una sola persona que a la que al conocerla no la quiera. Por ella no se empieza ni se acaba. Es la mujer solidaria que conozco. Ella hace el bien sin mirar a quien y no le interesa recibir nada.

A mi madre biológica se le aplica el dicho de que su mano izquierda no sabe lo que hace la derecha. No habla mal de nadie, por el contrario, siempre ve lo bello de la gente. Es una gran anfitriona. Jamás le niega a nadie una bienvenida a su casa y siempre tiene comida de más para atender al que llegue.

Ahora, próxima a cumplir 91 años, ya no hace de anfitriona, pero sabe mandar muy bien y disponer todo para que a nadie le falta nada. Como buena y dulce mujer es machista: lo más, grande, lo mejor, lo primero es para los hombres, llámese, esposo, hijo, yerno, sobrino o lo que sea, basta con que sea hombre para que sean los primeros en todo.

De ella aprendí mucho a pesar de que mi pre adolescencia y adolescencia no la haya vivido con ella. Soy la mayor de siete hermanos y por esas decisiones de la vida, mi papá y mi mamá, acordaron que el bachillerato lo hiciera en un colegio de Medellín, (siempre hemos vivido en Girardota), y que yo, me fuera a vivir a Copacabana, porque viajar desde allí era más cerca de la capital.

Esa decisión hizo que me fuera a vivir con una tía, hermana de mi mamá. Casada, no muy afortunada su matrimonio, pero esa es otra historia, sin hijos y sin esperanza de tenerlos y fui yo, la que entró a llenar ese espacio con todas la de ley.

Mi tía mujer hermosa, de temperamento recio, inteligente, sociable, fiestera, amiguera, inteligente, tierna, aventada, nada la asusta, de decisiones, elegante, siempre bien vestida y como un postre, fue la que a la larga formó mi carácter y mi personalidad.

Si bien tengo algo de las dos, obviamente que, de mi tía, heredé todo. Por ella aprendí que los libros son grandes compañeros y aunque me hacía leer obligada, hoy se lo agradezco porque ese hábito lo cogí gracias a ella. Por ello elegí mi carrera y soy periodista. Siempre me alentaba a escribir y no me permitía un solo error de ortografía.

Por ella aprendí a tomar decisiones sin vacilar y quizás un poco primaria, pero me ha dado resultado, soy aventada como ella y si me equivoco, vuelvo y empiezo y ofrezco disculpas, prefiero pedir perdón, que dejar de hacer.

Si tengo carácter fuerte fue porque lo aprendí tempranamente y aunque me he ganado el título de general Jiménez, confieso que no me molesta, por el contrario, me gusta y sí, reconozco que soy temperamentalmente fuerte, pero respetuosa, corrijo y enseño y no maltrato.

Mi vida entre dos madres fue bien simpática. Lo que la una me negaba, la otra me lo concedía.

Jamás, ninguna de las dos, me enseñaron los quehaceres de la casa, ni a cocinar, ni a tejer. Ambas buscaban entretenerme con la lectura o dirigiendo algún juego.

Si había que organizar algo, era a mí a quien escogían para que lo hiciera, de ahí, que eso del liderazgo, también partió de esa educación.

Pero no todo fue bonito. Cuando creí que todo estaba bien y que viviría siempre con mi tía, ésta sin ninguna explicación, me dejó.  De un rato para otro, me vi sola, sin quien me recibiera después del colegio y no entendía que pasaba.

Todo fue un completo misterio que poco a poco fue develando.

Ya les había contado que mi tía tuvo un matrimonio desafortunado. Pues bien, no era desafortunado era malísimo. Nunca fue feliz, sufrió maltrato, hecho del que me enteré ya tarde y, como consecuencia, ella decidió dejar todo y se fue.

En aquella época y en un pueblo, pueden imaginarse el escándalo. Ella se fue. Nos dejó a su esposo y a mí. No dijo para donde, todo fue un completo misterio hasta pasados 8 meses cuando recibí una carta de su puño y letra dándome las explicaciones.

¡Ya para qué! Eso marcó mi vida. Volví a la casa de mis padres, donde fui feliz, pero con el dolor de la ausencia. Ello me hizo perder el último año de bachillerato, no una, ni dos veces, sino tres veces. NO daba pie con bola, y aunque en ese entonces no se estilaban psicólogos, ni ayudas de ese estilo, solita, con la lectura y las amigas y mi familia, la vida volvió por sus fueros.

Dolió su ausencia, si y mucho. Siempre que lo recuerdo lloro, pero bueno, hoy está ahí, a sus 89 años sigue ejerciendo influencia y vive feliz en el país que escogió para pasar sus últimos años.

Varias veces la visité, disfruté de su compañía y aprendí muchísimo más. Siempre, al lado de ella aprendo. Decidida y sin miedo, se abrió camino, creció, fue querida y admirada por quienes le dieron la oportunidad en el trabajo.

Creció, intelectual y económicamente, y siguió disfrutado de su vida de soltera, porque nunca más volvió casarse a pesar de que pretendientes nunca le faltaron.

Jamás ha perdido las agallas, a su edad, viaja sola por el mundo, viene a visitarnos y sigue siendo fiestera y gozona, aunque más moderada.

Nada la incómoda y se siente feliz, porque sus sobrinos, siempre le hemos demostrado amor, por eso dice que nada le hace falta.

En la vida siempre hay quien te nace y quien te hace. Recibí lo mejor de mis dos madres. Aun las disfruto y muero de amor por ellas.

Sigo aprendiendo de ellas: me gusta hacer favores, soy solidaria, ya nada me acobarda, aunque lo que tenga que ver con mis hijos me desarma, sigo siendo festiva y alegre, me gusta estar activa, la lectura me apasiona, formé a mis hijos con carácter e independencia, respeto y generosidad.

Y si madre solo hay una, a mi me tocaron dos. Salud por ellas