¿Será que uno tiene que llegar a ser viejo o muy adulto para aprender a decir que no?

Esta pregunta me la he hecho mil veces y sigo contestándome lo mismo, no sé, pero lo que es ahora, me importa poco decir NO a lo que no quiero o no me gusta.

No sé si a ustedes les ha pasado lo mismo, que, cuando uno estaba por ahí por lo 20 años, le importaban más las amigas que cualquier otra persona en la vida y, sobre todo, nos importaba lo que decían, lo que opinaban, pero solo para saber, porque la verdad, ellas, en mi caso, no me dirigían.

Ya en los 30, casadas o no y organizadas, poco nos importaba lo que cualquiera pensara de uno. Porque ya éramos decididas, frenteras, templadas y hacíamos lo que queríamos, pero siempre consultábamos con quien estuviera al lado para oír, su opinión, de la cual ya estábamos seguras que era la misma nuestra y si no era así, terminaban haciendo lo que nosotros queríamos.

En los 40, ya más maduras nos pusimos más serías, pero seguíamos siendo enérgicas en todo, con los hijos, éramos más formadoras y templadas, opinábamos por la familia y en familia, en el trabajo éramos claras y sabíamos lo que queríamos, no dudábamos al tomar decisiones y siempre asumíamos las consecuencias de ellas como aprendizaje, jamás como arrepentimiento.

Ya entre los 40 y 50 nos volvimos más serena, más experimentada, seguimos siendo enérgicas y decididas, pero ya muchas de nosotros, sin los hijos, porque todos tomaron sus rumbos, y algunas con un buen compañero de vida, seguimos para adelante y juntos, con mayor sabiduría nos ayudamos mutuamente, y ya nuestra decisiones tienen más argumentos, y somos más sensatas con un temperamento moderado, somos menos primarias para hablar, pensamos antes de hacerlo y siempre, diría yo, que hasta mejores seres humanos, porque somo comprensivas, solidarias, dejamos pasar temas que antes nos enervaban, los comentarios malos nos deslizan, pareciera que nos untáramos aceite porque muchas cosas que antes eran primero que cualquier cosa,  ahora nos resbalan.

Ya después de los 60 y en estado jubiloso, todo lo compartimos con quien está a nuestro lado, aprendimos a escucharlos y acogemos de su serenidad y sabiduría lo que nos gusta o conviene, para tomar decisiones, pero la verdad, juntos, hacemos lo que queremos y eso incluye el decir NO a muchas cosas.

Ya nos volvimos hasta parecidos, somos más serenas, tranquilas, disciplinadas, aunque muchas seguimos siendo las mismas brinconas, arrebatadas, impacientes y alegres, entendimos al fin que, no tenemos que hacer todo, ya vamos a donde queremos, seleccionamos los amigos, vamos a donde nos gusta, nos reunimos con quienes queremos, las barras de amigos, son las mismas porque ya nos entendemos y vivimos sin afanes y aprendimos ahora sí, a decir No por convicción o porque me da la gana.

Antes, cuando sufríamos por cualquier cosa, nos daba dolor estómago, tristeza dejar ir, soltar y dejar hacer, ahora, ahora no nos esforzamos por nada que no sea nuestro, pero cuando nos comprometemos volvemos a ser las mismas de antes, eso sí, sin rogar, sin preocuparnos, sin señalar y sin juzgar, porque después de muchos años entendimos que al único que hay que rogarle para que vuelva, haga, o sea, es al wifi, porque al final de cuentas , lo que queremos, es ser felices.