Este articulo de hoy, nació de una vivencia de hace apenas escasos días, cuando decidimos ir en familia a almorzar a un lugar de moda en esta ciudad, precedido por la buena comida y la atención y eso debo confirmarlo; el sitio es hermoso, la atención buena, pero demorada y luego les explicó el por qué, pero lo que vi y la sensación que me causó, de las personas que lo visitan, es el objetivo de este escrito.

No soy abuela gruñona y mucho menos pacata. Siempre he tratado de vivir al ritmo del tiempo y acomodarme a las situaciones que se van presentando, porque no quiero que me llamen anticuada.

Me acomodo con facilidad y me gusta la música que escuchan los jóvenes de hoy, la moda no me incomoda, pero soy consciente de cuantos años tengo y me miro al espejo o consulto, si va o no conmigo; me encanta conocer nuevos sabores a la hora de comer y disfruto probando de todo, para después elegir entre lo mejor; trato de avanzar con la tecnología, aunque a veces me cuesta esfuerzo, y como no tengo paciencia reniego, pero le insisto hasta que aprendo.  Hago este preámbulo para contarles que lo que vi, lo que se usa ahora y lo que hacen algunos jóvenes, me conmovió.

A la una de la tarde, el restaurante nos recibió amablemente, pero nos dijeron que estaban en brunch y que el almuerzo se demoraba. Aceptamos porque el lugar era lindo, la música deliciosa y la promesa de la buena comida nos animaba, además un domingo, no hay afán de nada.

Desde que entramos, nos sentimos auscultados y con razón, papá, mamá e hija joven, no es muy común y si de nuestra presentación se trataba, pues con razón nos miraron raro, porque el sitio estaba lleno de chicas hermosas, con cabellos hermosos, largos, rubios, negros, rojos, pero lindos, que se asomaban por debajo de unos sombreros bien llevados. “Vestían” shorts, minifaldas, bluyines de los que hoy se usan que son rotos por todas partes, pero que les quedaban bien, pero eso sí, de la cintura para arriba, poca ropa las acompañaba.

Andaban en grupos de a cuatro o cinco, la mayoría mujeres solas y uno que otro chico se veía en alguna de las mesas. Todos estaban en el brunch tomando su mimosa y comiendo un desayuno delicioso, pero cosa curiosa, no se hablaban entre ellas, estaban pegadas del celular haciendo selfis en diferentes poses: comiendo, juntas, con el sombrero para un lado, para el otro, a la mimosa, al plato, a la fruta y así sucesivamente.

Entraron otras dos familias, así como nosotros y también fueron objeto de miradas curiosas, pues al parecer no encajaban, como nosotros, en el lugar. En fin, comimos rico y ya al final, como atención de la casa, nos llevaron a todos los que estábamos en el sitio una copa de licor, invitación de la casa.

Averiguando, averiguando, descubrimos que se trataba de invitados, en su mayoría influenciadores, o simplemente jóvenes modernos y hermosos a quienes el lugar invitaba y el anfitrión se pasaba de mesa en mesa saludando, porque le servían como gancho para atraer mas comensales y obviamente para promocionar el lugar.

Eso esta bien y es otra forma de ganar dinero haciendo lo que les gusta, pero hasta que punto, me pregunto yo, ¿tenemos que seguir siendo las mujeres objeto de atracción, y sobre todo, tener que actuar, para que otros eleven el nivel de un sitio? Válido, seguro que sí, pero no esto de cosificarnos y de servir para que otros consigan sus metas, al menos en mi caso, me dejó pensando en lo vacía que pueden ser las vidas de muchos jóvenes hoy en día.

Hay tanto con que llenar la vida, que, desperdiciándola un domingo, mostrando lo que no son en realidad, porque la mayoría son maquillaje, y no digo nada de la ropa, porque de eso estaban escasas. Me preguntaba: ¿y los padres saben de esto que hacen sus hijos o hijas? ¿Las secundan en estas actividades? ¿Y dónde quedan los valores? ¿De esto se puede vivir, sin echarle nada a la cabeza?

Puede que parezca mojigata, pero ustedes que me conocen saben que no lo soy, solo me da tristeza pensar en el desaprovechamiento de unas mentes que seguramente son buenas e inteligentes.

También estoy segura que los papás desconocen, al menos algunos, de este tipo de invitaciones que vienen haciendo a sus hijos, por eso, hay que estar atentos, conocer con quien y a  adónde van, porque si bien en su mayoría son hijos de familias buenas y de padres amorosos, quienes se sientan con ellos y ellas en las mesas, pueden llevar otra intención, o son personas que se sienten autorizados a estar ahí y disfrutar de su compañía porque les están pagando… ahí está el peligro y es ahí donde entramos los abuelos a contar experiencias como éstas que muchas veces los padres de familia desconocen.

La vida hay que llenarla de valores, hay que despertar esa inteligencia y creatividad para ser mejores, para ayudar a los demás, para valorarnos más, para crecer intelectualmente, para aspirar a cargos mejores, pero si lo que se quiere es ser su propio jefe, la creatividad de los jóvenes de hoy para crear empresas, para manejar las redes, para manejar la tecnología, no tiene límites, solo falta ayudarlos a encaminarlos bien, no a las malas, sino con el apoyo y la compañía de toda la familia.

Si lo que desean es ser mas visibles, las redes están abiertas y ellos saben como hacerlo bien, pero para ello se necesita apoyo, se necesita estudiar, se necesita encaminar toda esa imaginación para ser hombres y mujeres, modelos a seguir, referentes positivos.

¿Quieren destacarse en la moda? Que mejor que ellos que conocen qué les gusta, pero no para desvestirlos, sino para vestirlos con la elegancia y la juventud propias de los chicos y chicas de hoy.

Conozco influenciadores maravillosos que son invitados a degustar comidas y platos nuevos por cuenta de los mejores restaurantes del país y los hacen con propiedad, con respeto, con el animo de ayudar, de servir, de potenciar la comida y el trabajo digno de quienes se atreven a montar restaurantes en esta época de postpandemia.

Uno puede elegir ser lo que quiere ser en la vida, pero para ello hay que prepararse, hay que hacerlo con la cabeza llena, no con una vida vacía.