El deseo de estar jóvenes, viene desde siempre y la lucha la han dado muchas, sin que hasta ahora, hayan podido descubrir cuál es la fórmula de la eterna juventud.

Cremas, cirugías, estiramientos, inyecciones y hasta lociones se han inventado, y quizá estiren una que otra arruguita o esconderán malformaciones Quizá eliminen alguna mancha que nos hagan ver más rozagantes por unos días, pero la naturaleza es sabia y obra. Lo que sube, baja y si dura algún tiempo, te aseguro mujer, que las momias de Egipto son más bonitas, que todo lo anterior pudiese hacer.

Soy de las que piensa que obvio que hay que ayudarse. Que no hay mujer fea, sino de mal gusto, que, si nos dejamos avejentar es por falta de recursos, o porque el espíritu joven también lo envejecimos. Recuerden: Somos PERENNIALS, que como siempre lo he dicho, es mujer con edad, pero con espíritu joven y con ganas y deseos de vivir.

Pero ese espíritu joven del que hablo, jamás, léase bien, jamás es para entrar a competir con nuestras hijas. Jamás es para retroceder en el tiempo y volvernos “cuchi-barbies”, o sea, hermosas y jóvenes por detrás, pero por delante, la cara delatando la edad. Eso obviamente causa risa.

Que nuestras hijas se pongan la ropa de nosotras es un orgullo, pero que nosotras nos pongamos la de ellas, es un adefesio.

Recientemente he escuchado historias de mamás destructivas, que por querer aparentar ser más jóvenes, empiezan a competir con sus hijas, sin que estas se den cuenta de inmediato, sino cuando ya el daño está hecho.

Me explico, hay mamás, que como dicen por ahí, “no la quieren dejar caer”, y eso está bien en su justa medida. Pero cuando quieres parecerte a tu hija y además sientes envidia y la empiezas atormentar con opiniones negativas, comparaciones o dejándola mal parada frente a sus amigas, negándole sus cualidades y acentuando sus defectos, eres una mamá destructiva, que muy mal terminará.

Y esto ocurre más, cuando las mamás son separadas desde muy jóvenes o cuando sus esposos no las satisfacen en sus necesidades más primordiales, como es el reconociendo o cuando consiguen novios que poco a poco las van comparando con sus hijas y las menosprecian.

OJO MAMÁS, no caigan en la trampa que siempre nos ha tendido esta sociedad mal intencionada, en lo que es la belleza de una mujer, llámese mamá, hija o nieta.

Desde siempre y por naturaleza, las mujeres nacemos bellas, querendonas y mimadas. Pero también somos valientes, luchadoras, estudiosas e inteligentes, y eso nos debería bastar para vernos bellas antes nuestros ojos.

No atormentemos a nuestras hijas porque son gordas o flacas. Basta sentarse con ellas y hablarles de la importancia de tener una buena salud, de cuidarse, para que cuando tengan nuestra edad, no sufran enfermedades ni sean propensas a la obesidad o caigan en la anorexia.  Pero si ellas deciden que ser gorditas o flacas bien cuidadas, estará bien y se aceptan tal y como son, no la destruyas, más bien apóyalas, resáltales sus virtudes y que ellas aprendan a reconocerlos. No las mates a diario enrostrándoles sus defectos. Ayúdales a crecer en su autoestima y a que saquen de adentro esas cualidades que son las que valen en la vida.

Si tu hija no es la más bella, pero es inteligente, estudiosa, envalentonada, líder, y tesonera, eso la embellece aún más. No hay necesidad de estar diciéndole: “Arréglate que pareces una escoba o estás como muerta…”. ¡NO Y NO! Ayúdale más bien a hacerle ver todo lo que vale, pues sus condiciones intelectuales la hacen ver más hermosa.

Pero si tu hija es una mujer belleza, inteligente, líder, profesional y le ves futuro, arrodíllate ante Dios y agradécele. Felicítate, porque trajiste al mundo un ser muy completo que puede parecerse a ti y que te heredó lo que tú tienes. Pero ojo, NUNCA, NUNCA la envidies, no la compares y mucho menos compitas con ella.

Pretender dejarse el cabello largo teñido de colores, vestirse como quinceañera, ir a las fiestas de tus hijas y dañárselas por una presencia inadecuada. O peor aún, faltarle a su fiesta de cumpleaños, su grado o su compromiso, solo para hacerse notar, es una blasfemia contra las hijas y eso es imperdonable.

Ahí te hiciste notar, pero más bien por tu arrogancia como mamá y por tu falta de tino, que ya deberías tener a tu edad. Tu necesidad de mostrar una autoridad que no vale nada y solo te ridiculiza, por las ganas de dañarle la vida a tu hija y demostrarle tu poder, lo único que logras con todo eso, es mostrarle tu envidia… Y eso, sí que es bien feo.

Mamás, no nos descachemos. Sintámonos orgullosas de nuestra edad, de nuestra apariencia y si hay que mejorarla, adelante, pero con cordura. Felicítate por tener una hija maravillosa porque es tu fruto, es tu vida, es tu espejo y jamás será tu competencia. ¿Sabes por qué? Porque ella siempre te mirará como MAMÁ y te ganarás su respeto y admiración… De lo contrario, perderás ambas cosas.

Permítanme ya para terminar, robarme un fragmento del último libro de Isabel Allende, “Mujeres del alma mía”. Allí verán lo que somos hoy nosotras, las mamás mayores y las abuelas:

“Esta es la era de las abuelas envalentonadas y somos el sector de más rápido crecimiento en la población. Somos las mujeres que hemos vivido mucho, nada tenemos que perder y por lo tanto no nos asustamos fácilmente; podemos hablar claro porque no deseamos competir, complacer, ni ser populares; conocemos el valor inmenso de la amistad y la colaboración. Estamos angustiadas por la situación de la humanidad y del planeta. Ahora es cuestión de ponernos de acuerdo para darle un remezón formidable al mundo”