Ahora que estamos tan preocupados por esta ciudad y por saber quién debería ser nuestro líder, siento que es un buen momento para rememorar aquella época aciaga, que hoy los jóvenes no conocen y por ello se pegan de líderes que no lo son, que no tienen visión y menos, capacidad estratégica para dirigir una ciudad como Medellín.

Quisiera abuelos que esta historia se la contaran a sus nietos, para que ellos conozcan de primera mano lo que nos tocó vivir y de cómo salimos de ella para que no nos cogiera desprevenidos nuevamente.

Como periodista que soy y directora de un importante medio de comunicación que fui, conocí de primera mano los dolores de mi ciudad, y también como persona, sufrí con los bombazos que explotaban a diario en diferentes sitios de la ciudad.

Las corridas de toros nunca han sido mi pasión, pero mi papá y mis tíos gozaban de lo lindo en ellas y trabajaban para ellas.

Mi papá, por ejemplo, era uno de los que tocaba la trompeta en el palco de la presidencia, para anunciar la salida de los toros. También con su banda de músicos, alegraba con pasodobles la fiesta brava y homenajeaba al torero.

Pero no solo él, su primo hermano, casado con una hermana de mi padre, fue el director de la muy famosa banda que por años tocó en las corridas de toros. Por eso y porque amaban esa fiesta, siempre iban y se abonaban cada año, sin imaginar siquiera que en una de esas y en cuestión de minutos, la vida les iba a cambiar.

Todo iba bien ese domingo de toros y por primera vez en su vida, mi madre se negó a asistir y a acompañar a mi papá. Decidió quedarse en mi casa y esperarlo allí para rematar (como se le decía en la jerga de los toros a celebrar las buenas o malas corridas). Esos remates eran para beber, bailar, y seguir pontificando sobre los toros.

No recuerdo si la corrida de ese domingo fue buena o mala, pero lo que sí recuerdo, es que de un momento a otro 💥 bummm, sonó el estallido de una bomba.

De inmediato salí al balcón a mirar por dónde estaba el humo y al sintonizar la radio, supimos que había sido a las afueras de la plaza de toros La Macarena. Lo que siguió de ahí en adelante, fue todo un maremágnum.

No había celulares, solo cámaras fotográficas y el voz a voz.

Para acortar la historia, mi padre sufrió solo rasguños porque lo protegieron las casetas a la salida de la plaza, pero su hermana, su primo el de la banda y diez músicos más, todos familiares entre sí, sufrieron no solo heridas, sino la muerte de algunos de ellos.

Mi tía perdió un ojo y quedó reducida a una silla de ruedas sin poder hablar ni moverse. Su esposo, por el golpe que recibió en la cabeza perdió los sentidos del olor y del sabor. Ya no leía, ni escribía y tampoco tenía modo de aplicar las matemáticas, pero no solo perdieron eso, como pareja, perdieron su vida familiar, su economía y su tranquilidad.

Recuerdo que mi papá llegó a la casa con el bolso de su hermana ensangrentado y entre sollozos nos decía que la había visto como muerta, pero que no sabía para dónde se la habían llevado. Fue un día terrible.

No fue fácil encontrarla, porque en su bolso estaba la identificación y ella aparecía como desconocida. Luego de muchas vueltas no solo dimos con ella, sino también con el dolor de saber cómo había quedado.

Y así como esta bomba que me tocó de cerca, me correspondió hacer las noticias de muchas más, con muertes de amigos, colegas y conocidos, y una bomba más al lado de nuestras oficinas.

Cuando eso sucedía, hacía de tripas corazón y salía al aire a dar las noticias, para luego en mí escritorio limpiarme las lágrimas y seguir consiguiendo más información.

Como periodista y ser humano, cada bomba, cada muerte y cada secuestro nos dolía y nos dejaba en shock. Pero la reacción era inmediata y pasado todo, el corazón se arrugaba, llorábamos en la casa, pero seguíamos con nuestra tarea.

Aprendimos a ser resilientes, pero cada bomba era un reto para no dejarnos apabullar, porque los buenos éramos más. Con ese eslogan y con el apoyo de nuestros empresarios y los buenos gobiernos de turno, liderados por hombres íntegros, honestos, siempre dispuestos a hacer alianzas público privadas, para que a través de hechos lográramos superar esa horrible violencia.

No fue fácil, ni fue de un día para otro, pero sí hubo unión, sí tenían visión y sí supieron cuidar lo que de verdad valía mucho: la vida de sus ciudadanos y las empresas que generaban empleo y desarrollo.

Para lograr poner a Medellín en el sitial que está hoy, pasaron más de 15 años de luchas y humillaciones. Y es que nada era más horrible que un colombiano en el exterior. Las visas nos las negaban y si lográbamos conseguirla, las requisas eran exhaustivas cuando llegábamos a cualquier país.

Lo peor era que cuando visitábamos un país y se daban cuenta que éramos de Medellín. Lo primero que preguntaban era por los jefes del narcotráfico o por las bombas. Además de eso, nunca pudimos en esa época conseguir que Medellín fuera sede de algún evento importante deportivo, financiero o gremial.

Y lo más duro, era saber que hasta hace pocos días existía el llamado “narco turismo”, para conocer dónde había vivido, muerto y enterrado ese capo.

Algunas de estas prácticas aún no se han terminado, pero hay que reconocer que sí tuvimos alcaldes y líderes que dieron la lucha por cortar de raíz ese mal.

Todo el apoyo económico para la publicidad positiva de Medellín hacia afuera y conseguir que hoy en día el turismo venga a conocer realmente la ciudad, disfrutarla y vivirla, fue gracias al apoyo de la empresa privada y de quienes asumieron con tesón, ese liderazgo de poner a Medellín en el sitial que hoy tiene en el mundo.

Por ello, porque no fue fácil, porque nos dolió mucho, porque nos humillaron demasiado, porque por años fuimos el mal ejemplo y estuvimos negativamente en boca de todo el mundo, es que no podemos permitir que eso nos vuelva a suceder. Bien dicen por ahí que, quien no conoce su historia está condenado a repetirla.

Que no nos cojan desprevenidos.