Y, a lo que tanto temíamos que pasara, pasó.

Ya los pastores los mandamos a volar y volvieron a sus cajas. El árbol quedó de nuevo verde y sus adornos a buen recaudo. ¿Y las guirnaldas? Muy bien escondidas, para que no pierdan su brillo de aquí a fin de año.

Fue una navidad y un fin de año muy raro para todos, pero muy duro para mí y mi familia.

No me quiero quejar, porque a pesar de todo y haciendo de tripas corazón, buscamos hacer de estas festividades algo diferente y creo que lo conseguimos (aunque agridulces).

Para resumirles, mi hija, su esposo y sus dos hijos se contagiaron de Covid-19 y contrario a lo que pensábamos, los golpeó MUY DURO.

DURO, porque están en un país diferente y aunque tienen allá una maravillosa familia, no pueden acompañarlos ya que todos son adultos y los riesgos son muy grandes.

DURO, porque en un principio mi hija era la más enferma y no podía dar todo de sí para atender a sus hijos y a su esposo, quien poco a poco se fue enfermando más.

DURO, porque a pesar de la fiebre, el dolor de cabeza, la tos, el dolor en el cuerpo, el desaliento y otros síntomas, mi hija tenía que sacar fuerzas para que sus niños no se enfermaran más y pudieran disfrutar de la navidad.

DURO, porque la noche de navidad fue lo peor para mi hija y su esposo (en cuanto a dolencias y malestares). Pero, así y todo, hicieron felices a sus hijos, quienes ya estaban un poco mejor (aunque uno de ellos no tenía ni sabor, ni olor) y lograron abrir todos sus regalos con el mejor de lo ánimos.

DURO, porque para el 29 de diciembre su esposo se agravó, y, aunque ella aún se encontraba muy enferma, sacó fuerzas para llevarlo al hospital.

DURO, porque al ingresarlo a urgencias, a mi hija no le permitieron acompañarlo y tuvo que dejarlo solo (¿Se imaginan lo que sintieron ese par en esos momentos? ¡Dios mío!).

Y no les cuento más porque pasó de todo, pero, seguro se imaginarán lo que estamos viviendo. Y es que se siente una dolorosa impotencia, por no poder estar ahí DE CUERPO PRESENTE para ayudarles, para apoyarlos… ¡PARA TODO!

Cada minuto, cada hora y cada día que pasa, están siempre en nuestra mente y en nuestros corazones. Cuando les hablamos para darles ánimo y saber cómo va todo, son pocas las respuestas que tenemos, porque ni alientos tienen… ¡Y es obvio!

Pero bueno, no me voy a quejar más, porque lo que quiero decirles ahora es que, cuando les sucedan situaciones muy duras y las puedan hablar con las personas indicadas, estas se les harán menos complicadas. ¿Saben por qué? Porque en el camino uno se va encontrando con amigos de verdad, con la familia que está a tu lado y con una cantidad de personas que, sin conocerlos, estarán muy pendientes y los tendrán en sus cadenas de oración.

(Y a propósito de esas cadenas, entre mi consuegra, familiares y amigos, teníamos a todo el mundo orando por ellos).

Déjenme decirles que, aunque soy religiosa y tengo una fe infinita en Dios, nunca imaginé que la fuerza de la oración fuera tan poderosa. Ahora entiendo de dónde saqué ánimos para reconfortar a mi hija, servirle de sparring a sus lágrimas y poderle decir, sin jurarle, que todo estaría bien, que saldrían de esta… En fin, esa fuerza, me permitió escucharla, entenderla y hablarle con palabras positivas. Palabras que la invitaran a no desfallecer, a tener la mejor actitud, a orar con muchísima fe y a poner todo en las manos de Dios. (Eso sí, siendo fuerte para no llorar frente a ella).

¡Y qué decir de los amigos! Me ratifico en mi amor por ellos, especialmente por mis colegas periodistas y las amigas de mi gallinero, quienes fueron mi bastión y no me desampararon ni un día. Ellas fueron y siguen siendo una fuerza muy importante para mí, porque se expresan, escriben y dicen frases llenas de sabiduría, de fe y de esperanza, las cuales me han dado el ánimo que he necesitado.

De la familia, mis hermanas, cuñadas, tías y primos, también estuvieron todo el tiempo a mi lado, así como mis amigas de juego, los de siempre y otros más. Con ellos descubrí la solidaridad, el apoyo, la fraternidad, el compromiso y el cariño, pues han estado siempre pendientes de mí. Gracias, han sido mis ángeles.

Y qué decir de las amigas de mi hija y de su familia en Estados Unidos, solo cosas buenas, porque si aquí hay solidaridad, allá hay el doble.

Gracias a Dios, mis nietos pudieron recibir muchos regalos, tantos, que parecían en un almacén. Tíos, primos, abuelos y amigos, los llevaban hasta su puerta, timbraban, se iban y los niños salían a recogerlos (obviamente para mantener todos los debidos cuidados de distanciamiento). Imagínense que, como les llevaban los regalos durante varios días, cada que sonaba el timbre el niño menor salía corriendo a la puerta para ver sus gifts. Así fuese el domiciliario, él salía.

Las amigas de mi hija, llamadas “las mamacitas”, se sobraron en apoyo y solidaridad. Juntas, prepararon una gran variedad de platos para luego llevárselos y así no tuviera que cocinar por ocho días, ¿Qué detalle, Ah? Y junto con las viandas, venía una tarjeta hermosa que me sacó lágrimas. No contentas con ello, contrataron a una trabajadora, pagada por ellas, (que ya había pasado por el virus) para que fuera un día entero a limpiarle la casa y se la dejara completamente desinfectada. Eso es amistad, es amor, es apoyo… es para llorar de alegría.

Pero al igual que sus amigas, su hermano mayor también se fajó. Sorteando cualquier situación, se fue acompañarla y darle amor de hermano y de familia. A llevarle nuestros abrazos, besos, a reconfortarla y apoyarla para que descansara (Es médico y gracias al apoyo de sus colegas y jefes, pudo viajar para estar junto a su hermana. Él sabe muy bien lo que es el virus pues lo padeció y gracias a Dios salió todo bien. Por ello, con más fe y confianza los está acompañando). Para mi hija y mis nietos, ver a su hermano y tío fue como ver a un superhéroe, pero sin capa. La alegría por su llegada fue lo más emocionante. Lo verán en las fotos.

Gracias a Dios, a mi hija ya se le ve mucho mejor y aunque a Jorge, mi yerno, sigue hospitalizado con neumonía, oxígeno y todo lo que esta enfermedad trae, nos han enviado una muestra de alivio que nos tiene llenos de fe.

Y es que justamente a mi yerno, hace poco le dediqué un artículo donde le decía lo grande que es como ser humano y mejor como yerno. Hoy tengo que decirle que yo sí lo amo y lo que no sabía era cuánto. Es que lo siento como un hijo, su dolor es mi dolor y su tristeza es la mía. Pero me anima saber que es un hombre joven, con una fortaleza increíble, siempre de buen humor y con una actitud envidiable. Es un papá amoroso al cual sus hijos esperan con ansias y un esposo como el que más, al que mi hija adora con el alma.

Sé que a Jorge esta enfermedad le ha dado muy duro y comprendo que en el hospital se sienta solo y desvalido. Pero a mi querido yerno le digo: “Tienes mucho por lo que luchar y podrás salir avante de esta enfermedad. ¡Animo, tú puedes! Entérate que muchas personas están orando por ti y esa gran fuerza te sacará adelante. Tendrás mucho y a muchos a quienes agradecer, porque tu vida es la nuestra.