Yo siempre seguí el consejo q me dio mi madre: “Consiga trabajadora primero que esposo, porque ellas son la alegría del hogar”. Y añadió: solo así, usted podrá desempeñarse en su profesión, trabajar en lo que le gusta, lograr sus sueños y ser feliz.

Así lo hice. Y no se equivocó. 

Durante mis 42 años de trabajo, tuve siempre quien me llevara la casa, cuidara mis hijos y nos atendiera. Nunca hice nada más que trabajar en mi profesión.

Y ahora que estoy jubilosa y pensaba disfrutar de otra manera, me cogió la pandemia y como a todos, sin prepararme y sin poder tener trabajadora de por días por aquello del cuidado.
Y comenzó, entonces, el baile de la escoba, la trapeadora, el sacudidor, la plancha, los vidrios, el jardín, y por supuesto la cocina; además de hacer lo que nunca hice.

Yo solo mandaba en mi casa. No me gustaba (eso creía) hacer oficio doméstico. Para la cocina siempre me declaré negada; para la plancha, escasamente la compraba cuando se dañaba; limpiar vidrios ni se me ocurrió, pero sí era exigente en su limpieza, la escoba la cogía para matar alguna araña y la trampeadora cuando hacía algún reguero.

Pero la pandemia me cambió a trompicones el chip de ejecutiva, por el de ama de casa.
Me cambió el de mando por el hacer. 

Me quitó el no sabes por aprender y él no me gusta, por lo tienes que hacer, y el de señalar con el dedo, para que hicieran, por los diez dedos, para agarrar el trapo y los elementos de aseo. 

Y es aquí donde debo hacer un reconocimiento público, cariñoso, amoroso y casi que arrodillada a mi querida Rocío, quien por más de 20 años me acompaño y me permitió hacer mi vida, cumplir mis sueños, trabajar como quise y realizarme en mi vida profesional, porque ella, mi Roci, fue la dueña de casa, la mejor mamá para mis hijos, la mejor ‘ecónoma’ del hogar, la que nos mandaba y nosotros obedecíamos, la que nos regañaba y nosotros aceptábamos y la que aún, hoy nos ama y está pendiente de nosotros, desde la tranquilidad de su casa y buena vida de jubilosa.

Aún no me explico cómo hacía para atendernos a todos, hacer de todo y nunca quejarse.
Por eso y por más mi reconocimiento y amor por siempre.

Pero volviendo a lo mío, ante la situación que vivimos, tocó a’pecharme’ de lo que nunca había hecho y echarme al hombro la casa ¡y vaya casa! 

No sabía que era tan grande, no sabía dónde estaban las cosas del aseo, ni idea de cuáles eras las sábanas y tendidos de las camas, ni conocimiento de cuál olla o sartén era para qué, y eso que yo compraba ollas para todo, tenia de todo tipo de salsas y frascos con polvos y aliños que apenas descubrí para qué sirven, y así todo por el estilo. ¿Y cocinar? Bueno, me defendía con huevos, arepas, arroz y los teléfonos de los domicilios y las salidas a restaurantes. Hasta ahí.

Y bueno, llegó el coronavirus y como soy determinante y de decisiones, asumí con expectativa primero y con gusto después, las labores propias de la casa, en asocio con este ser maravilloso que tengo de esposo y compañero, quien conmigo no dudó en hacer lo que creyó tenía que hacer.

No nos dividimos el trabajo, ni siquiera se lo pedí, simplemente al igual que yo, barre, trapea, lava platos, cambia floreros, y hace aquellas labores que sabe, porque me conoce, que me dan más dificultad o no me gustan mucho.

A propósito, cuando le conté a mi hija menor esto que hacía su papá y que me parecía muy especial, me dijo: “no mami, no es especial, es funcional, es un hombre funcional”.
Y tiene razón, así con el ejemplo los educamos a los cuatro y todos sin excepción son funcionales. Asumen en sus hogares lo que saben que tienen q hacer y no se sienten menos por ello, sino que aprendieron a hacerlo con naturalidad. De machistas no tienen ni un pelo.
Siguiendo con el cuento, ahora soy la mejor en estos oficios.

Aprendí a manejar y bailar con la escoba y la trapera, somos entrañables, nos reconocemos y aprendí a comprar las de palo más largo por aquello de mi estatura.
Me volví americana para la planchada: lavo, pongo a secar en ganchos, doblo o cuelgo y solo aplancho lo justo, los demás, tal cual están cuando se secan, los guardo.
Con las matas de interior me descresté yo misma. Siempre pensé que hasta las de plástico se me secaban y no hay tal, les hablo, las riego, las cuido de maleza y están bellas como verán.


Los closets y vestier se ampliaron de tanto que regalé y boté. Mis sábanas, que son todas blancas, son impecablemente blancas y cuidadas, ninguna ha sufrido de percudido porque aprendí las claves del blanqueado y a la fecha, no he hecho daños en la ropa.

Pero en lo que sí me volví experta fue en la cocina.

Para empezar, cuando hicimos reformas a la casa, pedí una cocina grande y blanca. ¡Ah bruta!, ahora las estoy pagando, pero también aprendí cómo mantenerla inmaculada.
Cuando estábamos todos, ese era el mejor sitio para comer juntos, el comedor poco lo utilizábamos, porque la cocina es acogedora, caliente, hermosa y teníamos todo a la mano.
Hoy que somos sólo los dos, sigue siendo la misma.

Aprendí a cocinar con gusto, con amor, tengo sazón, las comidas me quedan deliciosas, invento, creo recetas, las cambio y lo mejor, es que comemos sano y por ello nuestro buen peso, se mantiene y hasta hoy estamos bien de todo.

Gracias a Google y Pinterest soy la mejor cocinando. Mi comensal diario, no se cansa de alabarme y hasta yo misma me felicito y comparto mis recetas con mis hermanas, también negadas para la cocina y todo les queda ricoooooo.

Mi hijo, el que vive en mi misma ciudad, su esposa y mi nieto, me dicen que mi cocina es Gourmet y por cómo me dejan los platos cuando pueden venir, les creo.

Pero lo que mejor aprendí de estos oficios, no es la humildad, porque jamás me he jactado de nada, sino a valorar, en primera instancia, el trabajo tan duro que tenían que hacer mis empleadas, especialmente Rocío, a entender que tenía mucho de más y a entender que mucho es exagerado y poco es apenas, que manejé muchos años mi inteligencia emocional para negarme a hacer estos oficios que aunque cansan, descansan, que aunque algunos son ingratos, satisfacen, que hacerlos no debe apenarnos, sino satisfacernos y que en la vida, el disfrute se valora por lo sencillo.

 

Recomendación: para quienes tienen Netflix y quiere ver unas buenas películas, les recomiendo esta trilogía de Bastán y hay que verlas en orden:

  1. El guardián invisible
  2. Legado en los huesos
  3. Ofrenda a la tormenta