Si hacemos sumas y restas de lo que esta pandemia nos ha quitado y de lo que nos ha dado, no diría que hay empate, más bien siento que es más lo que nos ha mermado.

Pero definitivamente todo lo que nos ha enseñado, ha valido la pena.

Comencemos con lo que nos ha quitado. En mi caso me quitó lo que más siento, los abrazos. Esos saludos efusivos con abrazo apretado y sobadita de espalda que tanto reconforta. Los mejores ¿cierto?


Y qué decir de los besos, mmm, sería desagradecida si no reconociera que no me faltan por parte de mi esposo. Pero también extraño muchísimo dárselos a mis nietos, a mis hijos, a mi madre, a mis amigos queridos y a todos los que amo.


Nos quitó los amigos. Si bien las redes sociales ayudan, el estar juntos, el compartir y el hablar todos al mismo tiempo cuál gallinero, hace demasiada falta.
También nos quitó la alegría de los encuentros ocasionales, porque ahora solo podemos simular esa dicha, haciendo el gesto de abrazarte tú mismo.
La lista es larga, porque en ella caben los viajes, las visitas, las fiestas, las saliditas a bailar y a comer… Y qué me dicen de irse a tomar unos vinos bien deliciosos viéndonos las caras.

También nos quitó el rostro. En mi caso, me cuesta reconocer la gente con tapabocas y escucharlos, no por sorda, sino porque no les entiendo.


Ahora mi gente se convirtió en ojos. Hay que aprender a reconocerlos mirándonos y hasta volviéndonos a presentar: “¿No me reconoces? Soy Fulanito”, eso hoy en día se oye con mucha frecuencia.

Es que esta pandemia nos quitó hasta el derecho de llorar a nuestros muertos en el hombro de amigos y familiares. Y ni hablar de enterrar a quienes se nos adelantaron por su culpa. Ya ese acompañamiento es en solitario.
¡Que peste! A quien le da el Covid, queda recluido en un espacio pequeño, arrinconado y solo. Todos le huyen y solamente medio se le acercan para dejarle la comida o para recoger los platos al pie de su puerta. Y si por casualidad se agrava y necesita ir al hospital, es peor, porque solo el enfermo con su desdicha puede consolarse, pues le llegó la peste.

Nos quitó el derecho a morir rodeado de nuestros seres queridos. Ahora se muere pegado a unos tubos y como dice el tango, “en un tétrico hospital” y solo, así esté con los mejores médicos y las más dulces y queridas enfermeras.
Nos quitó a nuestros médicos y enfermeras, quienes ahora trabajan de corrido y con apenas pequeños descansos. No tienen ni derecho de llegar a su casa para abrazar a los suyos y descargar sus tristezas, todo por temor de contagiarlos.

Hasta enamorarse ahora es un lujo, porque si no vive contigo, debes mantener encendido ese amor a través de la virtualidad, de la imaginación y alimentado por la esperanza.
Hasta los refranes y adagios cambiaron, porque ya no podemos comer del mismo plato ni “en donde comen dos, comen tres”. Ahora los refranes son: “caras vemos, pero asintomáticos no sabemos”; “Más vale mascarilla en boca que toser a la loca”; “A Dios rogando y en tu casa orando”; “Más vale estornudo controlado, que cien virus volando “;
“No por mucho madrugar, vas a salir más temprano” y “aunque la mona se vista de seda, en casa se queda”… y así por el estilo.

Pero estoy segura que lo que más extrañamos son los abrazos y el poder estar juntos.

Pero no todo fue malo, también nos dejó enseñanzas, más que cambios.
Y digo enseñanzas porque de cambios, pocón, pocón
. Miro para todo lado y los corruptos se multiplicaron. Los incrédulos siguen contagiándonos. Los malos gobernantes están peores y los líderes mentirosos ya lo hacen con más desfachatez. Las fiestas, mientras más prohibidas, más hay y así por el estilo.

Pero definitivamente enseñanzas sí nos ha dejado esta pandemia. Supongo que cada quien hará su lista, pero seguramente muchos compartimos:

Aprendimos a vivir con menos. Descubrimos que el aire, que es gratis, es lo que más necesitamos cuando la pandemia nos ataca. Aprendimos a valorar más las pequeñas cosas y a disfrutar casi que con nada. Leemos más y hasta el celular se nos convirtió en el mejor amigo (todo el día con él).

Aprendimos a añorar nuestra familia. Descubrimos que el tapabocas no era solo para los enfermos. Supimos que los medios de comunicación son buena compañía, a pesar que los titulares de algunos noticieros son para salir corriendo o apague. Aprendimos a manejar el internet con más destreza y hasta encontramos una gran variedad de plataformas para comunicarnos con nuestros seres queridos.

El trabajar virtualmente, aunque tiene sus bemoles, a las mujeres nos ayudó, así trabajemos más. El estudio virtual de los hijos, aunque nos enloqueció como abuelas y madres, a ellos los concentró y al menos en el caso de muchos amigos, les ayudó.
Nos enseñó a valorar más la amistad y pudimos hacer la lista de los verdaderos amigos y tachar a tanto tonto que no sumaba.
Aprendimos a ayudar más a los demás y a compartir de lo mucho o poco que tenemos.
Conjugamos los verbos servir y ayudar con más frecuencia. Aprendimos a valorar lo nuestro. A pedir por internet sin que nos tumbaran. A comprarle a los vecinos lo que ofrecían para lograr su sustento.

Hasta aprendimos a crear un grupo de chat de vecinos para poder conocerlos, porque en la vida real ni sabíamos que existían. Aprendimos a valorar a los médicos y al personal de salud y al fin entendimos que valen más que un futbolista, así le paguen menos (y no quiero aquí restarle méritos al deportista, pero ya saben ustedes a quien necesitarán más cuando se vean ad-portas con la pelona).

Descubrimos que leer es una dicha que se puede disfrutar, saborear y lo más importante: nos enseña.

Descubrimos que cuando hay pandemia, esta no discrimina y ataca a todos por igual.
Aprendimos a saludar y a dar mensajes llenos de salud y de esperanza y es por eso que después de casi un año de estar guardados, muchos añoramos vacunarnos.

Yo por ejemplo me la pondré sin dudarlo y ¿saben por qué?  Porque así y solo así, podremos seguir viviendo con tranquilidad, asumiendo lo aprendido y quizás con más conciencia para protegernos y saber vivir con sencillez. Para poder servir más y exigir menos, y por qué no, quizá para saber elegir lo que nos conviene e intentar hacer de este, un mundo mejor.