No es mi mayor virtud. Es más, no es mi virtud y peor aún, ¡no la manejo y no la tengo! Me desespera, soy primaria, no doy espera, todo es ya. ¡Así soy y eso es una vaina! Debo rezar para controlarme y debo rezar, para poder modelar con el ejemplo, pero ya para mis nietos.

Qué vergüenza confesarlo públicamente, pero es que en estos días estuve escuchando esos maravillosos diálogos que hace Lina Hinestroza por Instagram. Hablaba con el padre Mello, sacerdote al que quiero y al que escucho a diario sus reflexiones, porque, ¡quién lo creyera!, mi hijo mayor nos las envía por WhatsApp diariamente.

El padre hablaba de la paciencia, de cómo este encierro nos debería servir para manejarla, primero con nosotros mismos y luego con quienes estamos encuarentenados.

Hablaba de la paciencia para con el tiempo, para con los esposos, para con los hijos y en general para todo y me dejó reflexionando … porque soy de un acelere y de una impaciencia única.

Por fortuna, mi inteligencia ha sabido indicarme cuando morderme la lengua para no contestar airadamente a quienes no debo o en el momento en que no debo, pero otro defectico que tengo es, el lenguaje gestual y ahí si… todo se me nota.

Decía el padre Mello, que educar a los hijos en la paciencia, es un buen ejercicio ahora que estamos todos juntos, porque es un modo de vivir mejor, de crecer juntos y, al fin y al cabo, esos hijos son los que entregamos al mundo después.

Toda la razón asiste al padre Mello: esos son los hijos que entregamos al mundo después y eso fue lo que yo ya hice.

Cuatro hijos le di a este mundo, una con una paciencia infinita, otro, con capacidad para morderse la lengua y sonreír cuando debe, un tercero que aprendió, por razones de su profesión a ser el más paciente de todos, a escuchar sin sorprenderse y a servir al prójimo como el mejor. NO era paciente. De joven, era contestatario, enojón, gritón y bravo, ahora es todo lo contrario, pero debo confesar que, no es mi obra, es producto de su profesión y de su empeño por ser cada vez mejor. Todo el mérito es de él.

La que me falta, es igual a mí. No sabe que es la paciencia, pero también se esmera por aprenderla porque a ella la vida le puso (y nos puso) un reto que debe (y debemos) manejar, entender, amar y tratar con esa virtud de la paciencia: un niño autista.

Uno no sabe cuándo, cómo y por qué razones, tiene que cambiar de un día para otro. Hacer un esfuerzo inimaginable para no tirarse en la propia vida y en la de los demás. Por eso, y en ello estoy de acuerdo con el Padre Mello, esta encerrona es la propicia para educarnos y educar en la paciencia a todos los que están con nosotros. ¡Nunca es tarde!

Para quienes están con los hijos y éstos son pequeños, voy a rezar por ellos, porque sí que se necesita paciencia para aguantárselos todo el día.

Pero ustedes pensarán: ¿qué va a decirnos esta Tita, si ya no está con los hijos? Pues bien, es cierto, no los tengo, ya se fueron, son del mundo y son maravillosos como les expliqué.

Pero ahora, me lamento no tenerlos aquí y pequeños, así griten, así peleen, así hagan desorden, así me enloquezcan. ¿Cuánto daría por poder verlos todos los días en sus locuras y mi locura? Por eso mismo, les propongo sacar paciencia hoy, para que no se lamenten como yo, mañana.

YO aprendí la lección. Por eso, las reflexiones del padre Mello, me dieron tema para hablarle a ustedes queridas abuelas, porque si están encerradas con sus hijos y nietos, recen por su paciencia, controlen su mal genio, cierren el pico cuando lo que tengan que decir no sume.

Ni se les ocurra opinar de los yernos o nueras que están encerrados con ustedes. Den ejemplo de paciencia y de creatividad a sus nietos, saquen el mal humor a sus hijos invitándolos a hacer otras cosas que los distraigan de su pesada carga de trabajar on line, trabajar en la casa, atender el ciber estudio de los hijos y de sobremesa, tener a la abuela o los abuelos con ellos.

Que no seamos una carga de impaciencia para ellos. Que no tengan que decir “Qué hartera con mis papás o suegros aquí”. Que los nietos no se quejen ante sus papás porque sus abuelos son muy cansones y no los dejan hacer lo que quieren.

¡Revistámonos de paciencia, abuelos! Pero que sea una paciencia sincera o al menos que se note que no es un esfuerzo que nos aburre. Modelemos con el ejemplo.

Si tus hijos les gritan a tus nietos porque están insoportables, ustedes les van a hablar bajito y los van a invitar a hacer una torta para que vayan aprendiendo.

Si tus nietos están peleando entre ellos y no dejan trabajar a los papás por los gritos que pegan, invítalos a que sienten y les cuentas un cuento acerca de dos niños que pelaban mucho. No sé cuál es, el que sea, inventen, sean creativos y verán que ellos se van moldeando. Ya es bastante duro para ellos no tener a los amigos y estar encerrados en cuatro paredes.

Lo que no hicimos como papás, no lo repitamos como abuelos y empecemos por nosotros mismos.

Tener que repetirle al abuelo o a la abuela todo lo que hablas porque es sordo, implica paciencia. Empecemos por ahí. Recemos y con paciencia, repitámosles lo que acabamos de hablar.

Si ya el abuelo o la abuela, no se acuerdan de lo que dicen y hay que repetirles, pues recemos y armémonos de paciencia, repitámoslo las veces que sea.

Mi mamá, una mujer inteligente, que fue maestra toda su vida por fuera y en la casa y que siempre estaba revestida paciencia para manejar siete hijos, un día nos llamó a las cinco mujeres y nos dijo: “Hijas, hoy tengo 70 años y ya no me siento la misma. Siento que no soy ágil, que, estoy más lenta para todo, que no puedo alzar muchas cosas, que los nietos para cargarlos y caminar con ellos es muy pesado. También noto que no estoy oyendo bien y que a veces se me olvidan las cosas. Por ello, les voy a pedir desde hoy, que, si llegó a tener más años y las cosas se me van olvidando, y vuelvo a preguntarles, no me contesten “YA TE LO DIJE, TE LO HE DICHO MIL VECES”. Por favor con paciencia, me repiten las veces que sea necesario y no me hagan sentir mal o humillada”

¡Sabias palabras! Hoy está en camino de los 91 años y hay que repetirle mil veces lo mismo, pero ninguno de los siete hijos nos quejamos delante de ella o le contestamos mal, nos vestimos de paciencia y le contamos las veces que sea lo que ha preguntado.

Por ello, los invito abuelos a que, seamos sinceros con los nietos y les hablemos con la verdad. Los niños entienden todo.

Expliquémosles que es la edad y qué se va perdiendo con ella, para que al igual que hizo mi madre con nosotros, ellos nos tengan paciencia y aprendan a tenerla con todo y con todos.

Por lo pronto, sigamos rezando para que la paciencia se nos convierta en virtud y no duela ejercerla.