Tener un nieto autista, tal como se los he comentado, es una bendición, que trae mucho trabajo y comprensión, pero también es la oportunidad para abrir alma y recordar que esta prueba la pone Dios para medir nuestra templanza y resiliencia y Él no nos lo perdonaría sino lo aprovechamos.

También les conté que no es fácil recibir con fe estas pruebas, que no siempre quienes conformamos su circulo poseemos la misma capacidad para entender y, por ello, el silencio de algunos hay que aceptarlo y sobre todo respetarlo, pero no para siempre.

Si bien no es tan fácil, si hay que hacer el esfuerzo y sacar de nuestro cuerpo y mente la valentía para apoyar a los padres, para infundirles todo el amor, para estar ahí cuando lo necesiten y para no agobiarlos con frases como «yo lo veo bien, yo lo veo normal», porque lo cierto es que está bien y es normal, solo tiene una condición distinta que requiere de la conciencia, el entendimiento y el amor de todos.

Los padres de un niño autista no necesitan nada distinto que apoyo. Apoyo silencioso y comprensión inminente. No más.

No hay que hablar, no hay que estar dándole vueltas al tema, solo estar, apoyar, entender, facilitar y sobre todo no estorbar. Hasta ahí.

¿Tener un miembro autista en la familia no es gratuito, siempre habrá un algo que nos dirá y por qué es así? ¿Cuál es la misión, nosotros por qué? Háganse estas preguntas y entenderán que hay una misión que cumplir, que hay un camino que seguir, que hay una oportunidad planteada y que existe un trabajo por hacer y que hay que cumplir.

En mi caso, como abuela de Sebastián entiendo que tengo una misión aparte de darle mi amor y el apoyo a sus papás. La estoy empezando a hacer y estoy segura que la llevaré a buen término, porque de lo contrario ni yo ni Dios me lo perdonarían