Esto de volverse a ver después de casi 30 años, equivale a verse como si fuera la primera vez.

Si, después de tres décadas, acordamos con dos meses de anticipación, reunirnos nuevamente con quienes fueron nuestras vecinas desde que estábamos pequeñas hasta casi los 17 años.

Fuimos dos familias muy unidas, tanto sus padres como los nuestros y nosotros entre sí. Éramos cinco hermanas, con las mismas edades de las otras cinco hermanas. Éramos la familia Echeverri y las Jiménez de Girardota, un municipio que queda a 40 minutos de Medellín, en Colombia.

Durante nuestra niñez compartimos no solo la vecindad, sino el colegio, pupitre con pupitre, los juegos, los amigos, los pretendientes.

Éramos compinches, alcahuetas, nos prestábamos todo y de todo, nos sabíamos la vida de todas y éramos cómplices de nuestros secretos más preciados de niñas.

Nuestros padres también disfrutaron de esa amistad, iban juntos a la ópera, a la zarzuela, a cine, a los desfiles de modas, a compartir en un restaurante, a escuchar buena música colombiana y cuando había paseos, éramos la mejor compañía.

Pero la vida da vuelta y vueltas y a cada quien nos llevó por diferentes caminos y aunque alguna se quedó en Girardota, la mayoría salimos a vivir en diferentes partes y países.

Pero esa misma vida con sus vueltas, nos volvió a juntar para enseñarnos que la hermandad no se delega, que la amistad es eterna y que el destino te trae sorpresas inimaginables.

Todo esto para invitarles a ustedes queridos abuelos a que renazcan y saquen del closet o desempolven esas amistades tan preciadas que añoramos volver a ver y que, si no lo hacemos ahora, quizás “Mañana es too Late”, como dice la canción de Jesse Joy and J Balbin.

Ya a estas tiernas edades, pensar en volver a verse con viejos amigos para renovar la amistad, no solo es un buen parche, sino una necesidad sentida y les cuento que vale la pena y hay que aprovecharlo.

A veces los abuelos nos lamentamos de que no tenemos nada que hacer o nos ponemos a recordar viejas amistades y añorar los años idos.

AHORA CON LA TECNOLOGIA, ENCUENTRAS AL QUE SEA, ASÍ LITERALMENTE.

Les cuento que preparar una reunión de viejos amigos, es un evento que los mantendrá ocupados mucho rato, los hará felices y valdrá la pena hacerlo cuando ya estén juntos.

En mi caso, dos meses duraron los preparativos.

Como anfitriona, no quise dejarle nada al azar y todo lo tuve fríamente calculado.

Durante ese tiempo, conseguí los teléfonos de cada una de las amigas casi hermanas, vecinas por tantos años. Con las que vivían fuera del país planeamos la fecha, que fuera la propicia y de ahí les escribimos a todas para reservar la fecha acordada, la hora y el lugar.

Semanalmente nos escribíamos recordando el encuentro. A cada quien le pedí fotos de cuando éramos pequeñas, de nuestros padres y en fin de todo lo que nos recordara la infancia.

Para cada invitada también fueron días de alegría. El solo hecho de buscar las fotos, enviármelas y volverlas a ver fue de lo mejor

Con esas fotos armé un juego llamado concéntrense o desconcéntrese, porque la memoria a veces nos falla.

Como anfitriona hice invitación oficial y especial. Les indiqué la dirección, les puse el mapa, les escribí las indicaciones y les pedí venir temprano y sin afán.

Acordamos venir con conductor para poder tomarnos los vinos y tequilas y lo mas importante con la disposición de pasar bueno, sin hijos, ni nietos, ni esposos, solas, como cuando éramos pequeñas.

Todo se cumplió. Llegaron super cumplidas tanto ellas, las invitadas, como mis hermanas.

Los abrazos largos, el ojo encharcado, la alegría de vernos, no nos cabía en el cuerpo.

Fueron 8 horas de anécdotas, de risas, de historias, de desatrasarnos de nuestras vidas, de contarnos nuestras penas y alegría, de llorar por la que se nos adelantó en el camino, por los padres que también que se fueron, pero también el disfrute con nuestra madre que sirvió de punto de encuentro y de alegría por sus historias.

Comimos, nos tomamos los tequilas, el guaro y el ron, comimos de todo lo que soñábamos comer, sobre todo quienes vivían afuera del país.

La risa se mezclaba con el recuerdo y hablábamos todas a la vez.

Jugar el desconcéntrese fue lo mejor, cada foto tenia historia y aunque armamos dos equipos para mayor disfrute, la falta de memoria de recordar los números, nos hacía morir de risa.

Momentos gratos, momentos de refirmar la amistad, de no volvernos a perder, de hacer nuevas fotos, de vernos maduras pero felices, de renovación de cariño, de juramento de visitarnos nuevamente.

La despedida fue alegre convencidas que no pasaran otros treinta años para volvernos a ver.