Luego de conocer mi historia, siempre me dicen, nadie como él. Lo hicieron y botaron el molde. Y sí, a mí, Dios me premió con un hombre como mi esposo Orlando.

Esperé casi un año para escribir sobre él, porque quería hacerlo cuando la ocasión se me presentara, y qué mejor que en esta época, cuando estamos próximos a celebrar el día del padre.

Por eso, quiero hacerle este homenaje, porque se lo ganó, se lo merece y estaba en mora de hacerlo. 

A Orlando, mi esposo, lo conocí soltero, sin hijos y sin problemas. Vivía una vida deliciosa, que iba entre estudiar, trabajar y viajar. Hizo especializaciones, maestría y otros estudios por fuera del país. Lo vi por primera vez en la universidad donde ambos trabajábamos y pensé: “así me lo recetó el doctor”.

Alto, bien parecido, con presencia, galante, culto, caballeroso y todo lo que una mujer se sueña. Lo vi una vez y se me perdió un año, lo vi otra vez y volvió a desaparecer, pasó otro año y lo volví a ver nuevamente y esta vez me dije: «este es pa’ mí, o pa’ más nadie», como la canción. Y así fue, me vio y se quedó, ¡ni modo!

Fue un flechazo en doble sentido. Bastó conversar y ambos nos enamoramos, pero él no sabía con quién se iba a meter. 

Siempre he sido partidaria de decir la verdad, porque uno con la verdad no se enreda, así que se la solté de golpe: soy separada y tengo tres hijos entre los 14 y seis años. No se espantó, quiso saber todo de ellos y conocerlos y así lo hicimos.

Mi hijo menor, de inmediato quedó prendado de él, el mayor fue más respetuoso, pero me acolitó en el romance y la del medio, fue más cautelosa, pero también aceptó.

Todo pasó rapidísimo, a los cuatro meses de novios, en una cena que organizó en un restaurante de la ciudad le entregó a mi hijo mayor, una tarjeta en la cual les pedía mi mano y les preguntaba si le permitían casarse conmigo y formar un hogar todos juntos.

Mi hijo mayor le preguntó si estaba seguro pues yo tenía tres hijos y su respuesta fue:

_ Soy un bendecido porque entro a un hogar, ya con tres hijos

La respuesta no se hizo esperar y a los seis meses ya estábamos casados por lo civil y comenzó la convivencia, que ya hoy tiene 26 años. 

Recibir tres niños, pre y adolescentes, pensamos que no sería fácil, pero nos equivocamos, el hombre que tenía a mi lado, aun sin tener hijos propios, sabía más que yo. Asumió su papel de esposo y de modelo de padre con más conocimiento que cualquiera.  

Nunca pretendió reemplazar a su padre verdadero, y en eso fue claro, pues su padre biológico, sigue presente, y mis hijos lo saben, y así comenzó una vida llena de amor, respeto y cuidados. 

Orlando hizo lo que tenía que hacer, los ayudó, los protegió, los educó les modeló con el ejemplo: en lo moral, en lo intelectual, en lo económico y en la formación en valores y hoy son lo que son, porque aprendieron y sacaron de él lo mejor.

Pasados tres años, Dios nos premió, con una hermosa hija, un milagro de la Virgen de Guadalupe como ya lo conté en otro post y, ahora, con cuatro hijos, esta familia se creció y salió adelante.

Por eso, hoy quiero hacerle un homenaje a él, porque como papá jamás distinguió entre propio y ajenos, jamás hizo comentarios que pudieran marcar diferencia, a todos los trató con el mismo rasero,

Trabajamos a la par en la formación de ellos, les dimos la educación que quisieron, los formamos teniendo en cuenta la igualdad, los valores inculcados fueron para todos. Ninguno de ellos notó jamás una diferencia y por ello la vida juntos siempre fue maravillosa.

La adolescencia transcurrió sin mayores sobresaltos, siempre atendieron y respetaron las normas impartidas en el hogar, salían con permiso y hasta las horas que se les decía, crecieron unidos y compartieron todo, aprendieron a ser solidarios entre ellos y con los demás, a su hermana menor la amaron desde que llegó y la mimaron como a la niña que era, pues ella creció teniéndolos a ellos como ejemplo.

Cuando terminaron sus estudios superiores y quisieron volar más alto, él los alentó a seguir creciendo. Entre todos creamos un mantra de familia que, nos permitió -a ellos y a nosotros- hacer de nuestra vida la mejor, ese lema es «disfrutar todo lo que hagas». No había salida para el colegio, para la universidad o para el trabajo, que no estuviera acompañado por la bendición de padres y la frase antes referenciada. Hicimos de este hogar el mejor y hasta a la casa la bautizaron «La Dicha», por lo bien que vivimos en ella.

Llegó a meterse tanto en nuestro cerebro ese mantra, que aún hoy, nuestros nietos la conocen y la practican, porque sus padres se las enseñaron.

Mis hijos tuvieron otra figura paterna, el hogar que se merecían y al amor que se ganaron. Tenemos y seguimos teniendo una familia, ya más crecida por nietos, nueras y yerno. Ellos supieron escoger sus parejas porque tuvieron buen ejemplo, tienen hogares bien formados porque recogieron de la experiencia y transmiten lo que aprendieron y vieron.

Por eso, ad portas de la celebración del Día del Padre, quiero reconocer en Orlando mi esposo, a un gran hombre con una capacidad infinita de amar, de formar, de dar, de ejemplarizar. No necesitó ser padre para actuar como tal, no necesitó tener hijos propios para ser el mejor padre, porque guio con el corazón y se entregó como el que más. 

Para ser papá solo necesitó ver a mis hijos.