Manipuladora, luchadora, tesonera, gritona, dulce, amorosa, solidaria, regañona, educadora, matriarcal, generosa y otras más.

Lo que no queremos es repetir las historias que nos marcaron, porque fueron dolorosas o porque nos dejaron heridas no superadas, que en su momento no entendimos, pero que nos afectaron, o porque el mundo cambio y hoy todo es diferente.

En lo personal, yo si quiera ser en esencia, como es mi mamá. Léase bien, quiero tener y mantener su esencia.

Volviendo al cuento, muchas situaciones, a veces provocadas por nosotras mismas, hicieron que nuestras madres tomaran decisiones que en su momento vimos como malas, nocivas e irrepetibles. No hay que juzgarlas

He escuchado muchas veces a hijas que cuando crecen dicen, yo no quiero ser como mi mamá que… y aquí enumeran las cosas que, en sus conceptos, les disgustaban de ellas.

Lo dicen sin analizar, solo por el sentimiento del momento, porque las regañaron, les quitaron un permiso, no las dejaron salir a pasear un finde con los amigos y así sucesivamente. No hay que maltratarlas.

Pero también hay otras que con razón lo dicen: son madres gritonas, aburridas, dejadas, hastiadas, desesperadas, incomprendidas, no amadas ni consideradas. ¿Y supimos por qué?

Y las hay también peores: las que abandonan a sus hijos y aparecen al cabo de los años, y a las que nada les importa y menos, en qué andan sus hijos etc. ¿Las ajusticiamos sin conocer los motivos?

Pero, así y todo, y así digan no quiero ser como mi mamá, terminan amándolas o añorándolas, o extrañándolas.

Pero cuando esas hijas se casan… otro gallo les canta.

Viene aquí en esta etapa, el fenómeno de te extraño, como hago esta comida, como hago para que mi esposo ayude y entienda …y si llegan los hijos… ahí es otro canto.

Mami como hacías para que el niño no llorara por las noches, que nos untabas cuando nos quemábamos por pañalitis, a qué edad nos diste sopita, hasta qué edad nos alimentaste, ¿será que me acompañas en el parto?, dime qué hago para…. y así mil cosas.

Sigue luego la crianza de sus hijos y ahí también vienen un sinnúmero de preguntas que solo la mamá sabe responder.

Ahí se les olvida a nuestras hijas, “lo malas” que fuimos y ni se acuerdan que dijeron que no querían ser como nosotras.

Cuando llegan esos hijos a la adolescencia, empiezan ellas a pagar lo mismo que nos hicieron y a responder cuál fotocopia lo mismo que les decíamos. Lo sé por experiencia y aunque ellas jamás me dijeron no quiero ser como tú, si se acuerdan, de cuando se enojaban porque nos las dejaba salir con ciertas amistades o a determinados lugares o hasta altas horas de la noche y ahí si me dicen: ahora te entiendo.

No es que uno no quisiera cambiar algunas cosas, claro que si quiere, lo que pasa es que la vida se encarga de enfrentarte con la realidad.

Pero no es que uno no quiera ser como la mamá, lo que hay que hacer y debemos hacer, es cambiar algunas actitudes y situaciones que ya no compaginan, ni con la época, ni con la cultura, ni con la educación, ni con la época actual, para poder decir siempre: yo quiero ser como mi mamá

Y en este día de madres, esta vez de corazón y no de comercio o de regalos, estamos todos dispuestos a festejarlas, a mandarles como sea, el almuerzo, el postre o las flores, estamos buscando cómo hacer un almuerzo virtual todos juntos, explicarle que cuando acabe la cuarentena vamos juntos a comprar el regalo, a decirle vía internet todo lo que la amamos, la extrañamos y que quisiéramos estar allá.

Pero de verdad, hoy, muchas mamás como yo, queremos decirles que nos sentimos orgullosas de que sean nuestras hijas y que ojalá muchas hubiéramos tenido las oportunidades que ustedes tuvieron y que nos hacen sentir felices, porque sacaron lo mejor de nosotras.

Y como dice un aparte del soneto de Francisco Luis Bernárdez

“Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.”