Conversando con uno de mis mejores amigos, casi hermano y a quien yo siempre he admirado por muchas razones, pero en especial porque considero que es un abuelazo, me contó que había estado de vacaciones con sus nietos en la playa y que esos días, habían sido los mejores de su vida.

Le pedí entonces que me contara qué tuvieron de especiales y hoy es el escritor invitado a mi blog. 

Estoy segura de que les encantará. Él, es Jota Jairo Hoyos, además periodista y esta su crónica:

«Ser abuelo interpretando la simplicidad de la niñez ha sido una de mis mayores experiencias de vida, así como asumí con pasión y responsabilidad el ser papá de Estefanía, mi hija preferida, la única que tengo, porque si tuviera varios hijos, los trataría igual. 

No veía la hora de reencontrarme con Emilia (5 años) y Massimiilano (3 años). Ellos han generado en mi angustiosa pandemia solitaria de tantos meses, el deseo de seguir teniendo ganas de hacer las 18 cosas que más me gustan.

Si bien tengo una buena salud física, pavorosamente esta cuarentena-pandemia tan larga, ha afectado mi salud mental y he tenido momentos de depresión, causados por este distanciamiento loco, que todavía no sabemos cuánto puede durar, porque como vamos, esto podría convertirse en más meses o años.

Quienes me conocen, saben que soy un abuelo y profesional feliz, alegre la mayor parte del tiempo, pero este encierro me tocó y he vivido días y hasta semanas de inmensa soledad, pues vivo solo y el distanciamiento de amigos y familiares por las causas ya conocidas, me hizo trastabillar. Por fortuna, tengo una hija maravillosa que logra interpretarme y sabe darme la medicina apropiada: mis nietos.

Por eso, la invitación a pasar unos días de vacaciones bien cuidados y estar en la playa con mis loquitos, dedicado únicamente a ellos dos, a mi hija y a mi yerno se convirtieron en las vacaciones más maravillosas que he disfrutado a lo largo de mi existencia y, sobre todo, después de tantos días de soledad.

Una de esas mañanas soleadas mientras tratábamos de hacer un castillo de arena a la orilla de las olas escucho a Emilia decir: Abuelojota no mires para atrás. A los tres minutos me pide cerrar mis ojos y ponerme de pie, me lleva unos metros a la arena menos húmeda y al abrir los ojos encuentro un gran corazón hecho por ella con un palito de madera. Adentro del corazón una especie de emoticones, y dice este eres tú y esta, soy yo.

Imaginarán ustedes que, en medio del calor, el viento y el sonido cadencioso de las olas mi piel y mis ojos lo expresaron todo.  En ese momento volví a comprender la importancia de haber tejido con ella una relación íntima de comunicación desde el día en que llegó a este mundo.

Conversación, juego, lecturas, abrazos y respeto hacia ella explican lo que Emilia hizo una mañana de octubre en la playa. Éramos dos, pero una relación profunda construida día a día, como deben ser todas las relaciones de los seres humanos, seamos hijos, amigos, padres, compañeros, abuelos o amantes. 

Massi…, no quería estar al lado de las olas sino al lado de sus padres adentro de la playa, entonces pidió al papá le llevara parte del mar en galones de agua para él hacer su propia piscina de fango y disfrutar su frescura.  Así de felices creo se sienten algunas especies en su chiquero.  Él fue feliz, y todos viendo su encarrete novedoso.

Si no hay confianza, no hay nada. Con mis nietos y mi hija la hay. Ni miedo a morir, ni tampoco a vivirla de la manera más intensa posible. 

Massimiilano tiene 3 años, obvio, es distinto, su carácter es amoroso pero medido y lo he sabido leer, tanto en su pícara sonrisa como en su serio distanciamiento por ratos. Sabe que abuelojota jugará todo lo que él se inventa, lo acompaño y me vuelvo parte de su niñez y como agregarían mis amigos: pues claro, si son del mismo tamaño.

Yo no los educo, para eso están papá y mamá, pero tampoco alcahueteo sus desmanes que miden la tolerancia de sus padres, ellos saben qué hacer. 

Un abuelo como yo es compañía y seguridad, afianzo sus capacidades y habilidades para que crezcan seguros de sí mismos y cuando sean mayorcitos no tengan dependencias de sus padres y de nadie y menos de valores de vida que los distraigan del camino a recorrer con sus sueños.

Ir como abuelo tomando de la mano a mis dos nietos por la playa o por la vieja ciudad de murallas y arquitectura distinta a nuestro lugar de vida cotidiana, es sin duda algo que no olvidaré jamás.  

Es época de pandemia aún, los niños no se ofuscan al cumplir las medidas de bioseguridad exigidas.  Ambos comprenden la distancia, la limpieza del cuerpo y el uso de una prenda adicional que antes no usaban en su rostro.  Para ellos, es ya una rutina asimilada al igual que verla en los demás.

Tal vez los adultos creíamos que para los niños sería devastadora la experiencia que aún nos conmociona; pues no, ellos lo entienden mejor y aunque tienen sus ratos de duro encierro, saben sacudirse sin quedar marcados por ello.  

Soy de los que pienso y sugiero a los adultos, acercarse más a los niños. Si tienen nietos y ellos están bien cuidados, estar con ellos, ayuda a soportar mejor los días difíciles que faltan. Con ellos será más fácil. Ellos, los niños, son el más poderoso bálsamo que he podido encontrar en esta pandemia.

Estefanía y Emilio, Emilia y Massimiilano son mis mejores vacaciones.

El último día antes de despedimos, le pregunté a Emilia qué era lo que más le había gustado de estas vacaciones. Ella, sin vacilar respondió: Tú, abuelojota». 

¡Para qué más!