Hasta para bailar, lo hacemos a nuestro ritmo.

El trabajo también es a nuestro ritmo. Los hay más acelerados, otros más lentos, unos normales, pero también los hay quietos.

Así también es el modo de ser de todos nosotros, por eso, no podemos exigirle a un niño autista, que apenas está creciendo, que camine o haga las cosas a nuestro ritmo, al acelere diario, a lo que estamos acostumbrados. No. ellos más que nadie, tienen su ritmo y bien que lo manejan.

Son tranquilos, cuando lo están. Son analistas de lo que viene o quieren. Son meticulosos en los que van a hacer o se les pide que hagan. No les gusta que los acosen o los aceleren. Odian que tengan que hacer las cosas ya y para ya. Detestan que no les dejen el espacio para disfrutar de lo que quieren o van a hacer.

Ellos hacen todo lo que se les pide y lo que quieren, bien, pero a su ritmo.

Esa fue una de las cosas que aprendimos en estas vacaciones con Sebastián nuestro hermoso nieto con TEA.

Durante más de un mes estuvimos en su casa de Estados Unidos cuidándolo mientras su mamá se reponía de una cirugía que debió hacerse. Sabíamos a qué íbamos y nos preparamos para hacerlo bien. Recibimos muy bien las instrucciones de sus padres y las respetamos y déjenme contarles que nos fue súper bien.

No tuvimos ni una sola pataleta, aceptó nuestra presencia con cariño y respeto, porque sus padres les han inculcado el respeto por los mayores y el amor por sus abuelos.

Nos atendía en nuestras solicitudes, se dejaba vestir, bañar, y hasta medio peinar sin pelea (digo medio peinar, porque ya les he contado, que su pelo en intocable, le duele y motilarlo y peinarlo es otro cuento). Comió más de la cuenta y creció un poco, o al menos así lo percibimos. Esto de la comida es bien simpático. Yo no soy la gran chef, ni él come de lo que cocino, porque tiene una dieta especial que el mismo escogió basado en sus gustos y percepciones, pero estando con nosotros, sus abuelos, el apetito se le duplicó.

Levantarse siempre es un tema difícil y más para ir a la guardería. Siempre dice: “Sebas don´t  go to school. ¡Never!”, pero es solo un decir, porque una vez levantado, es feliz en su colegio todo el día. Pero lo que, si le alegra el día y se levanta feliz, sonriendo y apurado, es cuando se le dice que vamos donde Cristina. Ese nombre para el es felicidad. Cristina es una de sus terapeutas, que, por alguna razón, le despierta un sentimiento de amor y lo mueve a vestirse y desayunar rápido para llegar donde ella.

Y fue ahí, en esa levantada donde descubrimos el ritmo de Sebas. Descubrimos que dejarlo que haga su rutina a su modo y sin apuros y al ritmo de él, funciona y no hay que lucharle para que haga las cosas que sabe debe hacer.

Los niños autistas en general, siempre tienen las mismas rutinas y cambiárselas, es una tarea que deben hacer los padres a su debido tiempo y muy explicadas, porque de lo contrario, se rebelan y se descomponen de tal forma, que hay que volver por lo mismo. Así pues, nosotros no cambiamos nada, lo dejamos que hiciera lo de siempre, pero sin acosarlo.

El abuelo fue el encargado de las levantadas, y fue quien me contó su descubrimiento, que yo acolité y seguí porque fue exitoso. Solo era levantarlo un cuarto de hora antes, tiempo perfecto para hacer a su tiempo, lo que siempre está acostumbrado a hacer como es: saludar, desayunar, mirar un rato el IPad, ir al baño, vestirse y aun así le quedaron minutos para correr por la casa para que el abuelo lo persiguiera.

Los fines de semana, no hubo ni afanes ni despertadas, lo hizo siempre solito y aunque de alguna manera extrañaba a su mamá, lo primero que hacía era gritar ”titooooo come here”. Nos preguntaba si tenía que ir al colegio y cuando le decíamos que no, variaba su rutina. Pedía que lo bajaran de su comedor personal y que le pusiéramos el desayuno en otra mesa aparte, para el sentirse libre, y desayunaba, lento lento, pero todo. Él solo extendía sus ratos de juego con carros y animalitos y también le dedicaba rato al IPad, gran amigo y calmante, en momentos necesarios.

Después de 42 días de estar con él y saber que hicimos bien la tarea y que fue feliz, que no tuvo ningún problema, que no hizo berrinche ni pataleta y hasta creemos que nos disfrutó, fue nuestra recompensa, porque la otra fue verlo cuando llegó  su mamá.

Fue una alegría máxima la de los dos. Él la tocaba, la abrazaba y le preguntaba cómo le había ido, si estaba bien, si se iba a quedar. Eso nos impactó, porque como en todo el tiempo no la llamaba, sino que el mismo decía dónde estaba, pensábamos que no la había extrañado, pero verlo con ella, nos reafirmó que su mamá es su mamá y que tenía claro donde estaba y por ello no sufría de angustias, porque los niños autistas son así de literales: si les explicas bien y les dices la verdad, ellos te creen. Ellos no saben de mentiras, ellos no saben de escondidas, ellos son literales y no creen ni saben de maldad, ni de dolores, ni de penas. Ellos asimilan bien lo que se les habla y si viene de sus seres queridos, lo creen a pie juntillas.

Los autistas son personas buenas por principios, ingenuos diría uno, pero no es así, ellos no saben de la maldad, ni de marrullerías, no esconden, hablan con la verdad, no saben mentir y por ellos, a veces dicen cosas que lo dejan a uno frio, porque nosotros no estamos acostumbrados a decir lo que pensamos, ellos sí.

Por ello a los autistas les dicen ángeles, seres azules, porque son maravillosos y auténticos