Como deshojando margaritas, como preguntándose todo el tiempo si es o no lo correcto, como analizando paso a paso qué es lo que puede o no puede pasar si mando a mi hijo neurodiverso a la guardería en esta época, en que aún la pandemia no ha pasado y es terreno desconocido de lo que podría pasar y más, cuando cada semana se habla de que es el pico más alto. 

Así, temiendo a ser juzgados, temiendo a que se enferme y pase lo peor, averiguando con su familia, hablándonos para ver qué pensábamos, así, mi hija y su esposo, empezaron el análisis de enviar a terapia y al colegio a Sebastián mi nieto con TEA. 

Pero también analizaban el comportamiento de Sebastián en su casa durante la cuarentena, cómo había pasado los días y que había avanzado o no, en ese tiempo guardado en su casa, sin terapias y la respuesta era de no dudarlo: estábamos devolviéndonos. 

Entre el trabajo en casa de su esposo, el colegio virtual de su hermana, y el trabajo virtual de ella, Sebastián quedaba un poco en el aire, porque ellos, aunque han estudiado, y saben cómo manejarlo, no tienen todo el adiestramiento para hacerle las terapias e indudablemente, Sebastián se regresó.  

Aparte de no tener tiempo por todo lo anterior y porque era el principio de la pandemia y nadie estaba preparado para hacer todo en casa, el trabajo se duplicó y si a eso se le suma, que Sebastián no entendía un no, no entendía una espera, no entendía que la mamá está ocupada en una llamada, no entendía que su papá estaba trabajando, que tenía que estar en silencio, todo se complicó, y el retroceso fue evidente. 

Vino entonces, la angustia familiar, la mamá llena de culpas, porque se sentía la peor mamá   del mundo sabiendo que su muchachito estaba viendo televisión doce horas seguidas, porque todos estaban ocupados.

al cabo de un mes, vino lo peor, su mamá se sentía deprimida, estresada y sin saber qué hacer y sobre todo la culpa; la culpa, bien sabemos que todas las mamás vivimos con culpas, unas más que otras, pero mi hija la sentía más, porque veía que no podría hacer nada más por Sebastián. 

 Y justo en ese momento difícil, el gobierno americano decide que se pueden volver a abrir los “daycares

”, o guarderías y empieza de nuevo ese sentimiento de culpa y el qué voy a hacer, porque todos los grupos de amigas y de mamás decían, “pero ¿cómo mandarlos?” y mi hija, mientras tanto, evaluaba qué pesaba más: dejarlo en casa, en las condiciones descritas antes o enviarlo a la guardería que tenía todas las condiciones de cuidado. 

El colegio aseguraba todas las normas, garantizaba el distanciamiento, garantizaba la enseñanza a los niños del cuidado y tenían toda la disponibilidad para explicarles el porqué de esas nuevas rutinas de limpieza.  

La guardería tenía todos los protocolos propios de una institución escolar responsable por los niños allí matriculados, pero, así y todo, el miedo, la inseguridad y hasta lo que pudiera desencadenar una decisión así, tenía a los papás de Sebastián en un profundo desconcierto, un mar de dudas y un no saber qué hacer. 

LA DECISIÓN

Luego de mucho pensarlo y arriesgando todo, pesó más el “yo no poder dedicarme más a mi hijo en la casa, lo que lo lleva a ver doce horas televisión, y realmente en la guardería pueden hacer mucho por él”. Fue una decisión difícil, hubo dudas, porque no todos estaban de acuerdo por el miedo que les causaba, pero al final, midiendo consecuencias decidieron enviarlo y los resultados a hoy son los mejores. 

Sebastián aprendió todos los cuidados:  se pone el tapabocas permanentemente en la guardería y si bien le dio un poco de dificultad, al final aceptó con gusto, así se lo ponga de la nariz para abajo, eso es un adelanto, y no se lo quita sino cuando se lo ordenan. Se deja cambiar los zapatos al entrar, se lava las manos como le enseñaron y al llegar a su casa por la tarde, se desviste en el garaje y entra derecho a bañarse sin poner problemas. 

En concepto de sus papás, Sebastián revivió, y como anécdota: cuando le dijeron que volvería al colegio, le midieron los zapatos para ver si le servían y no se los dejó quitar, durmió con ellos y se despertó temprano, desayunó rápido, hizo su rutina y solito se metió al carro para que lo llevaran. Estaba feliz. 

Aún hoy se levanta feliz, ha tenido cambios maravillosos en su comportamiento, habla más y con frases más largas, lo que no era común en él. Sus papás, aunque viven pendientes y a la expectativa, ya llevan más de un mes con él en guardería, ven sus progresos, no se ha enfermado y aunque en Miami las noticias del Covid, no son buenas, ya se dio el paso y se mantienen los cuidados. 

El miedo no se quita, se mantiene igual que como estamos nosotros, pero la vida sigue y los cuidados también. Estamos en manos de Dios.