Este artículo salió de una risotada, a una afirmación que hizo mi esposo cuando volvíamos del aeropuerto de dejar a nuestra hija menor que regresaba a Paris donde reside actualmente, y que nos acompañó en estas vacaciones de diciembre.
Yo, muy tristona le dije: “volvimos a quedar los dos solos” y él me contestó: “si, quedamos nuevamente los fundadores“.
Esa respuesta aparte de que me dio mucha risa, me ubicó en la realidad y efectivamente, él y yo somos los fundadores de esta familia.


Llegamos a ser más de 10, si contamos las personas que por más de 20 años trabajaron con nosotros y nos sirvieron y ayudaron a levantar la familia, pero hoy, de todos ellos, solo quedamos nosotros dos: los fundadores.
Todos tomaron diferentes rumbos: el estudio en el exterior fue la primera excusa para volar, luego el amor, el matrimonio y después el trabajo.
Cada uno de los hijos voló a cumplir sus sueños y nosotros los acolitamos en ello, y no sólo eso, los alentamos y apoyamos.
Y bien que valió la pena, cada uno de nuestros cuatro hijos está realizando sus sueños y eso nos da felicidad, pero la ausencia , la casa bastante vacía; ya no están los afanes diarios, las risas, las peleas, los gritos de alegría y de llamado. Todo cambió.

Nos quedamos solos y el silencio reemplazó la algarabía y ellos siguieron viviendo y creciendo y nosotros también.

Recientemente cumplí años y me dio por pensar en lo rápido que pasa el tiempo, y más porque en estos días, o desde hace unos meses, me agarró un dolor en la pierna derecha que me indispuso mucho. El trocánter fue el afectado, y la verdad, no sabía que existía, pero, para conocimiento mío y de ustedes, les cuento que, “se trata de una protuberancia ósea, situada en la parte superior y lateral del fémur, donde se insertan los tendones de músculos de la cadera”. Eso se me inflamó y el dolor ni se los pinto.  Era el trocánter, no que estaba crocante, como me dijo un amigo.

Me hicieron bloqueos y nada que mejoraba, pero al final, con un procedimiento de radiofrecuencia para desconectar el nervio que producía el dolor, me mejoré. Aquí voy cuidándome y tratando de hacerle caso a todos esos llamados de atención por mi bien.

Todo este cuento me llevó a pensar y lo conversé con mi médico, que definitivamente no era que yo no quisiera cuidarme y dejarme cuidar, es que mi mente es más veloz que mi cuerpo y eso me sobrepasa.

Yo entiendo y sé que debo cuidarme, que ya tengo mis años, que mi cuerpo me reclama, pero, ¿cómo le explico a mi mente que estoy envejeciendo?  ¿Cómo le hago para que mi mente se acomode a mi edad? Hasta mi propio médico me dijo que a él le pasaba lo mismo.

Y tengo que confesarlo, mi mente es más joven que mi cuerpo, aunque físicamente no estoy tan mal. No sé, si no quiero dejarme envejecer en mente y cuerpo, o de verdad quiero mantener mi mente sana y lucharle al cuerpo para que se acomode.

Lo que si tengo claro es que no me voy a sentar a esperar la pelona, no me voy a dejar vencer tan fácil de las enfermedades, ya le he ganado a algunas y confió en que de ésta también saldré.

Tengo claro que sentadita no me veo bien. Que sin oficio y quietica no es mi estilo, que dejar que todos hagan por mí, eso sí me debilita, pero también tengo claro, que no es por orgullo o por miedo a envejecer. No. Nunca me he quitado los años, por el contrario, mis hermanos siempre me regañan porque canto la edad. Hay quienes dicen que hay que desconfiar de las mujeres que dicen la edad que tienen, pues no, a mí eso no me asusta, como tampoco me asustan las arrugas, las ojeras y los dolores que se van presentando.

Tengo claro que cuando de verdad sienta que no puedo, voy a gritar y a pedir ayuda, me voy a dejar atender y si me toca sentarme lo haré también, con toda la dignidad del caso.

No se si estos pensamientos solo me tocan a mí, o a ustedes también les pasa. Tener una edad mental diferente a la física, aún no se si es bueno o malo, pero entre tanto pensamiento, me quedó clarito que tengo que acomodarme y pensar en lo que uno calcularía que le falta de vida, pues la verdad, de cuándo partiremos nadie lo sabe.

Pero si debemos ir pensando en hacer las cosas bien y planeadas, en la medida de lo posible, no solo el de igualar la edad mental con la física, sino en qué será de nuestros próximos años, ya más viejos y con más dolencias.

Tema maluco este, pero real. Hay que hablarlo, hay que verbalizarlo, hay que tomar decisiones y comunicarlas.
Que si nosotros ya lo hicimos? No del todo, nos falta, porque como a ustedes, también nos asusta, pero no por eso lo hemos dejado de conversar entre los fundadores. Nos faltan algunas decisiones y compartirlas con los hijos.
La invitación es a que, así como forjamos nuestra vida para salir jubilosos y disfrutarla cuando dejáramos de trabajar, también hay que forjar el qué será de nuestra vejez y como acto de inmenso amor, permitir que ellos, los hijos, y nosotros, podamos seguir siendo felices.

Hoy por hoy, voy a intentar alinear mi mente y mi cuerpo para que el disfrute de lo que me queda sea total y no tenga remordimientos de lo que pude haber hecho y no hice por miedo.