Últimamente he escuchado muchos dichos de las abuelas en redes, especialmente por parte de jóvenes, que les parecen simpáticos, o ciertos, o con humor, o tan reales, que se me ocurrió preguntarles a ustedes cuáles eran los que más recordaban, de esos que decían sus abuelas o sus mamás y me cayeron miles de ellos: unos como refranes, otros como versos, pero me quedé con los dichos.

Lo que estaba buscando era recordar esas frases repetitivas que nos calaron cual karma y que a fuerza de escucharlas las aplicamos al pie de la letra y hasta hoy por hoy se las repetimos a los hijos.

Debo confesarles que yo soy de esas abuelas que les lanzo –a mis hijos- frases sueltas y según ellos, los mato cuando se las digo porque atino a hacerlo en el momento justo, más adelante les cuento cuáles son las mías.

Y para no alargar el tema, les voy a presentar las que escogí de las muchas que ustedes me enviaron y a explicar un poco, o a contarles historias acerca de esos dichos, porque la verdad, cuando los estaba leyendo en voz alta y riéndome, mi nieta me preguntaba, ¿y esa palabra que quiere decir?, ¿y qué significa tal cosa?, ¿y por qué da risa?.

Cuando las estén leyendo, imagínense el tonito de la abuela o de la mamá, apretando dientes, medio gritado, bien pronunciado y despacito. Pues bien, aquí van:

Péinese que nos vamos: era típico de las abuelas, peinarlo a uno cuando íbamos a salir y si no encontraban la peinilla, o no tenían el agua cerquita, las babas de ellas servían de fijador. ¿O no?

Ponga esa mesa susquiniada: ¡ay Dios! como era de duro ayudarles a decorar. Poner una mesa susquiniada era ladeada, no derecha, no de lado, era susquiniada.

Se está arrugando el día: si se les pedía un permiso para salir, la excusa era esa y hasta tenían buen ojo porque fijo llovía.

Le he dicho 5320 veces que no haga eso: exageradas sí eran. Aplicaban este dicho para significar todas las veces que nos decían algo y, aun así, no les hacíamos caso.

Si me vuelve a contestar le volteo el mascadero para el otro lado: era muy temido, porque ay del que se atreviera a responderles mal después de esa frase, literal, te daban la cachetada y sin derecho a chistar.

Esa tela está muy soplilluda: entenderlas era difícil, pero se referían a que la camisa o el pantalón estaban motudos o con lanas o despelucado, creo que es difícil definir esa palabra.

Se murió de repente: antes, la gente se moría de repente, no de un infarto o de un paro cardiaco, o de una enfermedad. De repente quería decir que nadie lo esperaba, que no estaba enfermo.

Le dio el patatús: parecida a la anterior. Era una enfermedad que le daba a alguien y no se sabía qué era, así contaban el chisme entre vecinas.

Me provoca coger el monte: esta era con tonito y bravas. La decían cuando ya no sabían qué hacer con uno por desobedientes, por altaneros, por groseros, en fin, porque no les hacíamos caso.

Mucho cuidado con el fundamento, era lo mismo que decir cuídense y uno se preguntaba donde quedaba el fundamento y si estaba bien puesto o no. Normalmente no estaba bien puesto.

LAS QUE ERAN COMO UNA SENTENCIA

Las siguientes frases, siempre nos daban “culillo” porque eran como una maldición:

Mientras vivás en esta casa, hacés lo que yo diga: y así era, había que obedecer las órdenes, so pena de vivir en pena y regañado.

A lo duro se le hace duro: y le queda a uno grabada en el corazón y en alma y empuja cada vez que tenemos un reto o algo por lo que hay que luchar y luchar…

Eso le pasa por no hacer caso: total, era como anunciar una caída, un choque, una mala decisión y preciso, salía mal.

Más sabe el diablo por viejo que por diablo: nos las decían para jactarse de que por experiencia daban por sentado que lo que íbamos a hacer o hacíamos nos iba a salir mal y así era.

No se junte con esas amistades: nunca daban una explicación con argumento de por qué no nos debíamos de juntar con tal o cual persona, solo era esa frase y punto.

Espere a que llegue su papá: pobre papá era como anunciar al diablo. Cuando ya no sabían que hacer nosotras, la amenaza era el papá, para saber que llegaba y era como un ángel, no valían las amenazas. Claro que después, el papá se las pagaba con la cantaleta que le echaba por no apoyarla.

No estudie y verá: era la amenaza para indicarnos que, si no estudiábamos nos quedaríamos para brutos y con trabajos mal pagados. Y hasta rezón tenían.

Uno aquí matándose y usted sin hacer nada: en lugar de pedir ayuda, se hacían las víctimas, querían generar remordimientos en uno y lo conseguían, terminábamos ayudándoles.

No hay mal que por bien no venga: frase típica para dar consuelo y uno bien llevado, pero la decían y con razón. Fíjense y verán.

Que muchacha tan terca: nos decían eso para decirnos que éramos como paredes que no entendíamos, no obedecíamos, ni les hacíamos caso.

Es en la única casa donde pelean: con tantos hermanos, las peleas eran infaltables, solo que, a nuestras abuelas, les parecíamos demasiado peleadores y alegones y para pararnos nos decían que éramos los únicos en el mundo que peleábamos

El que miente roba: no fallaba y sigue sin fallar. Es como una maldición.


LAS QUE ENSEÑABAN

Es mejor que te digan perro y no que te muestren el bozal: para que no nos dejáramos humillar de nadie, ni permitiéramos que nos ninguniaran, ¿entendieron?

El que guarda comida guarda pesares: está escrito y sigue escrito, fijo se la come otro o se daña por amarrado, por tacaño.

El comedido come de lo que está escondido: era como un premio, después de hacerles un favor.
Aprenda qué no le voy a durar toda la vida: era una forma de enseñarnos a valernos por nosotros mismos, solo que la repetían mil veces, hasta que aprendíamos.

Esa amiga tuya es una culiprontra: obvio, cuando no les gustaba alguna amiga nuestra, en lugar de explicarnos el por qué, solo nos decían que era culiprontra, y después uno entendía que era una chica fácil, o más fácil.

Cuando ponemos a Dios primero todo lo demás cae en su lugar: no podía faltar la frase religiosa.

¿Y vos qué crees, que esto es un hotel?: ¡ayayay!, nos la aplicaban cuando llegábamos después de la hora acordada, o cuando llegábamos con gente sin avisar, o cuando dejábamos todo desordenado. Servía para todo y era fijo el castigo.

Nos cogió la noche: como si la noche fuera una persona que lo agarrara a uno, pero de todas formas corríamos porque ya estaba muy tarde.

Cuidado con el sereno: es la más simpática. Le tenían fobia al atardecer, a esa hora entre las seis y las siete de la noche que, según ellas, había vientos malos que enfermaban y ese era el sereno, pero ¡qué va!, el sereno era lo mejor, era esa hora en que uno apenas comenzaba a despedirse.

Como les dije al principio yo también tengo mis frases, pero las mías, en concepto de mis hijos les generan pánico, miedo, lees parece que son tan ciertas que es mejor hacerme caso.

La cama enferma y la casa embrutece: es la primera en mi lista. No me gusta que sean débiles, me aterra, que un simple malestar les obligue a quedarse en casa en lugar de tomarse una pastilla y salir a hacer lo que tienen que hacer. Con esta frase lo que pretendo es hacerlos fuertes, que sean luchadores, que nada los tumbe y que nadie los haga caer. Así de simple.

Con la verdad nunca se enredan: odio la mentira, me aterra que las digan, me impacienta descubrir que faltaron a la verdad. Soy de las que piensa que si me dicen la verdad, no me enojo; al contrario, corrijo y enseño, pero ante la mentira, me tienen que escuchar mucho tiempo la cantaleta.

Metan las patas, pero jamás las manos: esto se los digo cuando comienzan a trabajar, cuando están haciendo un proyecto, porque del error se aprende y porque uno puede equivocarse y enmendar, pero si roban, se hacen torcidos, si se dejan tentar, de ahí no saldrán.

Gracias por enviarme tantas y tantas frases. Daría para un libro completo, quizás más adelante hagamos otra buena lista.