Uno sale de su casa, viaja, conoce, disfruta, se entretiene, pero la vida sigue su curso.

Nada para, porque hay vacaciones.

Puede que para quien esté en ese descanso las noticias no son ya tan importantes porque está conociendo y disfrutando, pero siempre habrá una situación que te aterrizará y te dirá: Oye la vida sigue.

Pues bien, eso me pasó en estas vacaciones.

Mucho preparativo, muchas ilusiones, muchos sueños por cumplir, mucho que ver, mucho conque deslumbrarse, pero no faltó la llamada lejana que te decía que algo malo había pasado.

Sí, pasaron dos despedidas de personas cercanas, queridas, emparentadas y sobre todo, de las que uno conocía y apreciaba y que su partida no sólo nos afectaba, sino que había golpeado duro a dos seres queridos míos.

Murió el abuelito de mi nuera que vive en Australia y si bien ya estaba entrado en años, era el centro de su familia y el amor eterno de ella. Ese golpe, aunque esperado, no se tenía para tan pronto. Dolió, como duele la partida de a quien se admira y se ama, pero dolía más el no poder estar con su gente, él no poderlo despedir, el no poder buscar el consuelo unidos como familia. Eso aporrea más que la misma partida.

También ocurrió el deceso del esposo de una gran amiga. Este fue intempestivo y de un día para otro, de esas muertes que te ratifican que para morirse no necesitas sino estar vivo y que, de verdad, uno no sabe ni el día ni la hora.

Ese deceso golpeó a  la familia de mi hija y a ella misma, que también viven fuera del país y aunque sí pudieron consolarse, el dolor fue duro porque se trataba de una persona que había vivido toda su vida fuera del país persiguiendo un sueño y que lo cumplió cabalmente, pero sólo pudo disfrutarlo cinco meses porque la muerte se lo llevó sin son ni ton. Una enfermedad de esas que son para ya o de repente como dicen muchos.

Ambos acontecimientos pasaron en menos de una semana, sacudieron las fibras de mis hijos que viven en el exterior.

Aparte del dolor causado, los puso a pensar en la importancia de la familia, en la necesidad que tienen de estar juntos, En lo duro que resulta perder a alguien y no tener cerca quien los consuele con todo el amor que dan los hermanos o los padres, pero sobre todo los sacudió, su decisión de irse lejos para hacer realidad sus sueños de una vida diferente, mejor, y de nuevas culturas y aprendizajes.

Ambos me llamaron de inmediato angustiados llorosos, no entendían por qué pasaban cosas así y hasta me pidieron que nunca me muriera.

Sus palabras fueron: “te extraño demasiado, me haces mucha falta, quiero un abrazo tuyo bien apretado” y la promesa de que nunca me fuera a morir.

De inmediato entendí que esa sacudida los había aporreado mucho, que, si bien el amor que me tienen los hizo hablar más, también necesitaban de palabras que les permitiera seguir adelante con sus vidas por fuera del país y de la familia y lo hice.

Lo primero, fue consolarlos por la pérdida de ese ser querido y amado. Lo Segundo fue decirles que, si por mi fuera, no me moriría, pero era una promesa incumplible porque no dependía de mí, pero si les dije que tuvieran la tranquilidad de que cuando eso pasara, yo me quedaría en sus corazones y de ahí no me movería y los seguiría alentando a seguir adelante con sus vidas, sus sueños y la búsqueda de la felicidad.

Y en cuanto a lo duro que resulta salir y dejar el país y la familia para poder cumplir un sueño, también les dije que era un derecho que tenían a ser felices, a buscar su futuro a formar su familia, a mejorar sus condiciones de trabajo, a medírsele al mundo y a conseguir lo que en este país no pudieron por miles de razones.

Les dije que no hay culpas de nada, que la muerte no la frena nadie, que los años llegan y deterioran, o que las enfermedades no se adivinan fácilmente.

Igualmente, esta época de pandemia los encerró en sus países y aún siguen encerrados porque el país donde están, no abre aún sus fronteras y que estaba segura de que ese ser querido, aunque le hubiera gustado mucho verlos, sabía que de todas formas los vería y los seguiría acompañando en sus corazones.

Sí, es duro estar lejos y que los que uno ama se mueran. Es duro dejar la familia por perseguir una meta, es duro dejar los amigos, es duro recibir malas noticias, pero

es más duro vivir frustrado y deprimido por no ser capaz de medírsele al mundo y cerrar los ojos y salir a ver que hay en otras partes.

Es duro que situaciones como estas te digan en la cara que las decisiones tomadas traen consecuencias y que una de ellas, es ver partir a quien se ama, sin poderlo acompañar, pero también es sabido que esos que se van y los que nos quedamos apoyamos esos sueños y queremos que sean felices.

Hoy, tienen más ángeles que les ayuden, porque si tienen Fe, todo es posible.