Tal cual, como dice la canción: “la vamo a tumbar”

Después de años de vivir en ella, después de 100 años de construida y después de que allí transcurrieron los mejores años de nuestras vidas, la vamo´a tumbar.

Estoy hablando de la casa paterna, en la que mis papás formaron su hogar. La que vio nacer, crecer, e irse a sus siete hijos. La que recibió uno a uno a sus 13 nietos, y a sus 3 bisnietos, esa, justo esa, la vamo´a tumbar.

Esa casa de pueblo, hermosa, grande, que nos vio jugar, caernos y levantarnos, la que nos acogió en las fiestas de nacimientos, bautizos, primeras comuniones, quince años, matrimonios y muertes, esa misma va para el suelo.

Esa casa hasta la que llegaron todos nuestros jóvenes enamorados, para cinco mujeres y las novias de mis dos hermanos, esa casa va a caer pronto.

Esa casa hermosa, grande acogedora de cuatro corredores, patio en la mitad, cocina inmensa, patios traseros cinco habitaciones grandes y un gran solar, ya no será más.

La casa de ventanas arrodilladas, de acera con quicio generoso donde recibíamos a veces a los novios para ver pasar gente y que ésta nos viera, caerá.

Esa casa no irá más, porque con los años, se convirtió en un caserón inmenso para solo tres personas y una pandemia que nos mostró la ineficiencia de una casa grande, de difícil y costoso mantenimiento, y cada día más vieja pidiendo grandes remodelaciones y a eso sumémosle, la falta del patriarca.

No fue una decisión fácil, pero sí unánime, a pesar de que se trataba de una decisión dolorosa. Todos juntos analizamos pros y contras y posibilidades de conservación, pero ganó la idea de tomar otro aire, de darle paso a nuevas construcciones y de conseguir para nuestra madre un mejor sitio, donde pudiera estar más segura, caminar sin obstáculos, estar más acompañada y con espacios amplios donde todos vamos a caber para celebrar nuestras fiestas familiares.

Despedirse de una casa donde viviste tu infancia, y tu adolescencia, donde las vacaciones para nuestros hijos eran lo mejor que les podía pasar, significó un desprendimiento duro que tuvimos que enfrentar en familia y que lo hicimos bien.

Soltar, agradecer, recordar, sentir lo que para cada uno significó esa casa, fue la catarsis que hicimos, acompañados de una vela que cada uno prendió, que nos mostró e iluminó el camino que viene y nos dio la paz que necesitábamos para seguir adelante.

Entender que cuando uno se muere se va sin nada, que no puede llevarse los muros, ni las paredes, ni los patios, ni los enseres de una casa, fue lo que resolvimos en nuestra reunión de despedida de la casa paterna, la de los abuelos.

Soltar el dolor que nos podía traer y evidenciarlo entre todos nosotros con la tranquilidad de saber que estábamos en familia, fue sanador.

Llorar quienes así lo hicieron, les permitió vaciar su alma de dolores y recuerdos y saber que una buena vida sigue y hay que disfrutarla.

Por que al final, no es la casa con sus muros, techos, solares, patios, alcobas y demás lo que nos duele, eso es terrenal, tarde o temprano caería, lo que nos dolían eran los recuerdos que dejábamos allí, pero al final entendimos que esos, no se van a morir con la casa, pues lo llevaremos siempre en el corazón y como todos fueron buenos, nos servirán por siempre para evocar, reírnos, disfrutar y contarle a generaciones que siguen.

Fue un ritual solo de familia, con Dios presente y con la figura de mi padre que tanto la amó, agradeciéndoles a ellos, el habernos permitido vivir y tener un hogar tan hermoso, tan bien conformado, con unos padres ejemplares y unos hermanos, hijos, nietos, sobrinos, yernos y nueras, llenos de valores, buenos por principio y grandes seres humanos, por ejemplo.

Nosotros no estuvimos solos, siempre estuvimos juntos compartiendo y sanando y al fin soltando, de la mano de expertos, que nos indujeron a hacer ese hermoso acto de despedida, para que nuestros corazones pudieran sentirse tranquilos y agradecidos con Dios y mi padre.

Y dio resultado, quedamos felices y dispuestos todos, a emprender en esta época de Navidad que se avecina, un nuevo comienzo, una nueva historia alrededor de nuestra madre y en un apartamento grande que sabrá acogernos tanto, o mejor, que la casa de los abuelos, porque que no fueron los muros, fuimos nosotros los que forjamos una vida allí y estamos decididos a hacer un nuevo hogar con el cambio.

Pero después de mas de dos años de analizar la decisión, aprendimos mucho.

Aprendimos que unidos es mejor, que la comunicación permanente fue el éxito que nos mantuvo juntos.

Aprendimos que los negocios se hacen mejor cuando no está por delante el dinero, sino la felicidad de quienes amamos. Eso fue definitivo.

Aprendimos que lo mas importante no eran las necesidades particulares, sino la vida, la salud, la seguridad, la tranquilidad y la felicidad de las personas mayores que estaban involucradas.

Aprendimos que con la asesoría de expertos y de la mano de los médicos, los cambios siempre serán positivos.

Y lo mas importante, reafirmamos que lo que aprendimos de nuestros padres de estar unidos como familia vale más que cualquier negocio.

Con la casa caerán los muros, pero nadie nos quitará los recuerdos y lo allí vivido y eso es lo que vale.