UN MEDICO PARA NO SOLTAR

Hace dos meses les escribí acerca de un nuevo encuentro que, en el desarrollo de Sebastián, mi nieto autista, había detectado su mamá y que ella denominó como “unos Pares”, (momentos de desconexión).

¿Les escribí también que estaba angustiada porque le habían dicho los pediatras que podrían ser convulsiones silenciosas y por ello andaba desesperada buscando por todo Miami un médico neurólogo-pediatra que la atendiera rápido y que al final solo pudo conseguir cita para tres meses después?

También les conté que, en el desespero por ir adelantando exámenes, le hicieron un encefalograma que debía hacerse sedado, que tenía que hacer un ayuno largo y que, por una equivocación de amor, ¿se lo tuvieron que hacer despierto?

Pues bien, llegó el momento de la cita. Ya pasaron los tres meses y la angustia previa al resultado y al diagnóstico nos cogió a todos, pero por supuesto más a sus papás.

Ya en la sala de espera me llama mi hija como siempre y me dice que se está muriendo lentamente de la angustia, porque le va a tocar nuevamente contar la historia, revivir momentos duros ya vividos y superados, pero que aporrean aún y obviamente por lo que pueda decirle el medicó de cómo viene haciendo el trabajo con Sebastián, si es acertado o no y sobre todo, el diagnóstico del porqué de esos “pares o momentos de desconexión”.

Obvio que me tocó animarla, darle fuerzas y ella me dice, yo sé todo eso mami, me se la literatura, pero ¿quién me quita esta desazón? Nadie, por supuesto. Yo solo le respondo que estoy con ella, que lo que siente ella yo también lo siento y que mi fe y la de ellas juntas nos sacaran adelante.

¿Que hice durante dos horas ella en Estados Unidos y yo acá? Rezar, que más… yo estaba en un taller de navidad aprendiendo a hacer arreglos navideños, pero mi corazón, pensamiento y alma estaban con ella. Mis ojos se encharcaban cada ratico. Que espera tan larga.

A las dos horas me llama llorando y ya se imaginarán mi angustia, pensé lo peor, sentí que mi vida se me venía encima, mis ojos comenzaron a botar lágrimas, pero ella entre llanto y risa me dijo “lloro de felicidad todo salió bien”

Plop, ya ustedes saben lo que es que el alma vuelva al cuerpo, así me pasó a mí.

Pero más allá del buen resultado, de que no había síntomas de epilepsia y que se tratada solo de lo que ellos llaman convulsiones Silenciosas o Absent seizures en inglés, mi hija se enfocó en el médico y me dijo, “definitivamente Dios está con nosotros, este médico es para no soltarlo”.

Para empezar, sin ella saberlo, la atendió un médico colombiano, educado en Estados Unidos y ciudadano de ese país. Lo segundo, sus apellidos son de no te lo puedo creer: Jiménez Gómez, como los míos y tercero, le dedicó dos horas a Sebastián.

No le tocó a mi hija hacer recuento de un año de tratamiento, porque el médico luego de jugar, hablar, y sentarse en el suelo con Sebastián cual nuevo amiguito, le dijo a mi hija: “estas haciendo un excelente trabajo”. Qué alegría, que satisfacción tan grande, que emoción tan del alma.

Le habló de todo lo concerniente al autismo, la felicitó por su trabajo, le indicó que lo que le estaban haciendo era super bueno, le manifestó que saldrían adelante y le enseñó nuevos métodos para seguir mejorando en la crianza de un niño como Sebastián con su condición TEA.

En resumen, la llenó de confianza y la animó para seguir adelante. Hay que hacerle otros exámenes, más largos y específicos para descartar cualquier síntoma que afecte al niño en su normal desarrollo, le indicó que debía seguir con vigilancia a cualquier nuevo síntoma y la invitó a verse nuevamente en cuatro meses, luego de hacerle un próximo encefalograma de 8 horas que será en diciembre.

Me decía mi hija, que esa visita en donde encontró a un médico totalmente humanizado, que fue capaz de ponerse en sus zapatos y de explicarle con claridad y cariño todo lo relacionado con sus dudas, es para no soltarlo.

Mientras, yo aquí sigo rogando para haya más médicos como él, mas mamás como mi hija y mas nietos como los míos.