El regreso de los hijos después de años de estar por fuera del país así sea para pasar vacaciones, causa una inmensa alegría y uno como mamá o como abuela, se prepara con mucha anticipación para recibirlos bien, para que se sientan nuevamente en casa, para que no extrañen, ni añoren lo que dejaron atrás.

Todas “revoleamos en cuadro”, para tenerles sus antiguas habitaciones bonitas, cómodas, y dispuestas a acogerles con agrado.

Como si no hubiera pasado el tiempo, mercamos lo que les gustaba, preparamos las comidas que más les agradaban, disponemos nuestro escaso conocimiento culinario a su servicio para que sientan que estamos felices, compramos los antojos que les gustaba, las tortas que les fascinaban y la casa hasta sonríe al verlos llegar.

Y qué decir de las mascotas, ellas tampoco los olvidaron. Saben que llegaron y bien bañadas y de pañoleta, oliendo bien, se disponen a brincarles encima apenas llegan a la casa. No se les desprenden del lado y esperan ansiosas a que las acaricien, y cuando lo hacen, su cola tumba lo que haya alrededor de la emoción.

Atenderlos bien es la consigna, y si son las mujeres las que regresan, les tenemos brillando hasta el carro. No se nos pasa detalle en los preparativos, entran a su casa y el letrero de bienvenida las esta esperando y todo es felicidad.

Viene luego el acomodarse a su nueva vida, porque ya no regresarán, al menos por un tiempo, pues tienen dispuesto trabajar en su país y por su país.

Les cuento esta historia porque la felicidad que causa recibir las hijas después de tantos años de tenerlas lejos es emocionante, pero… hay un pero… la dicha inicial se vuelve en expectativa y hasta en un desconcierto. ¿Las razones? Aquí les van.

Conversando con una buena amiga, a quien como a mí, le llegó su hija después de cuatro años de estar lejos, muy lejos, cuatro años sin verla, salvo vía internet, empezamos a compartir como nos sentíamos con ellas en casa y como las veíamos.

¡Y oh sorpresa! Se fueron unas y llegaron otras, pero para bien, aunque eso nos haya causado un choque emocional, porque para nosotros eras nuestras niñas y ellas ahora son unas mujeres hechas y derechas, independientes, liberadas, culturizadas y de costumbres poco parecidas a las que tenían cuando viven aquí y eran nuestras niñas.

Se nos crecieron y no nos dimos cuenta. Ahora ellas deciden y aunque con mucho amor les teníamos todo dispuesto para ellas, una vez acomodadas, le dieron la vuelta a todo.

Nos reíamos mi amiga y yo de ese choque que nos causó ver que el cuarto que les decoramos cambió sustancialmente, ya no a nuestro gusto sino al de ellas. Lo convirtieron en su centro de trabajo y de estudio y lo llenaron de recuerdos, fotos y hasta copias de obras de arte de los países en donde vivieron o que visitaron. El vestier y los closets están ordenados casi que, por estaciones, los abrigos, guantes, sombreros, bufandas y demás implementos de invierno, llegaron para quedarse, aunque sea guardados por mucho tiempo. La ropa que tenían aquí pasó a mejor vida o a mejores manos porque ya no la usan o no son del gusto actual de sus dueñas.

Y que decir del idioma, las llamadas de los amigos de lejos se convirtieron en una adivinanza para nosotros, pues no entendemos ni pío.

Me decía mi amiga que, al regreso, se enteró que su hija no solo tenía un novio, sino que vivía con él y aunque no tenían compromiso, se le notaba que lo extrañaba, porque todo el día era seria y quizás hasta aburrida, pero cuando le entraba la llamada de él, era pura melcocha.

Y no hablemos de las comidas, saben cocinar delicioso y todo sano. No desperdician nada, son altamente minuciosas con el aseo, dejan todo brillante, llevan y lavan los platos y si les toca lavar más, no se quejan, sino que dejan la cocina impecable y reluciente. Ya no hay que levantarnos temprano para atenderlas o para hacerles de comer… ¡Nooooo! Ya ellas desayunan diferente, se lo hacen y dejan todo limpio. Su tiempo libre lo emplean muy bien, continúan estudiando como si no hubiera un mañana, son responsables, comprensivas, atentas, valoran lo que tienen de más y aprecian el cariño que les damos, así ya no se dejen atender como quisiéramos.

Después de mucho conversar y comparar los cambios de nuestras hijas, entendimos que todo fue para mejor. Que las alas que les dimos se las pusieron y ahora el mundo les queda pequeño y seguirán volando. La hija de amiga decidió devolverse y la mía, seguirá cumpliendo sus metas y aunque estará en Colombia, lo hará en otra ciudad y luego en el exterior. Ella seguirá creciendo independiente y realizando su sueño.

Descubrimos que de niñas “pocón”, que volvieron mujeres con mayor conocimiento, con ideas propias, con argumentos increíbles, que manejan varios idiomas, que tienen amigos en todo el mundo hasta en países que ni sabíamos, que el internet lo manejan a la perfección, que todo lo saben y lo que no, lo averiguan. Que saben compartir porque siempre tuvieron compañeros de apartamentos, que son ordenadas porque era la consigna fija para poder vivir varios en un apartamento, que la cocina no les quedó grande y aunque poco saben hacer de las recetas nuestras, sí conocen a la perfección las recetas de otros países porque sus compañeras les enseñaron.

Se nos crecieron y nosotros nos habíamos quedado en que eran nuestras niñas. No, ya no lo son, son una maravilla de seres humanos, llenas de cultura, de mundo, de conocimiento, de amor por la gente, de respeto por la diferencia, por el medio ambiente. Nada las asusta, ni a nada le temen, son decididas, fuertes, líderes y capaces, y todo eso en buena parte es nuestra culpa, porque les enseñamos a volar y nos superaron.

Valió la pena el esfuerzo y hoy, el orgullo llena nuestros corazones de padres.