Es la necesidad compulsiva que tienen algunas personas de salir a contar todo lo que oyen, ven o les cuentan, de otros, o lo que escucharon en una conversación, con la dudosa intención de hacer daño o darse el gusto de creerse el poseedor de una información que nadie más tiene. Nunca su intención es positiva o constructiva. No suma ni multiplica: Divide.

Y ese deseo de ser “el correveidile”, es superior a ellos, no se pueden contener. Pero en este caso, los chismosos (hay que darles el nombre), son enfermos, porque son incapaces de guardarse algo para ellos. Les puede la necesidad de contar todo, con más adornos y con la negra intención de dañar.

Y pasa en todos los ámbitos de nuestra vida. Están en todos los lugares comunes, en el trabajo, en el colegio, entre los amigos y por supuesto en las familias, y es aquí donde más se deleitan llevando, trayendo y dañando.

Hay muchas clases de chismes y solo les diré algunos: los graciosos, los informativos, los anecdóticos, los que ayudan y por supuesto los que dañan.

Los graciosos son maravillosos, nada más bueno que en una conversación de familia o de amigos, y alguien que cuente un chisme gracioso de algún conocido, solo con la intención de hacer reír, o cuando en esa misma reunión, cuentan anécdotas de alguno de ellos que nadie sabía pero que fue especial, o cuando estando reunidos, alguien cuenta algo doloroso, triste o importante, de algún familiar, con el único fin de buscar comprensión o ayuda. pero… si ahí, en esas reuniones hay un chismoso, el caldo de cultivo le está servido.

Pero déjenme decirles, y seguro estarán de acuerdo conmigo, que sin chismes las conversaciones serían sosas sin gracia, pero ojo, chismes de los buenos y sin chismosos alrededor, aunque a estas alturas, entre nosotros, los chismes se nos olvidan al acabarse la reunión.

El chismoso es falaz, empieza diciendo: te voy a contar algo pero no sé lo cuentes a nadie más”, pero ya con esa frase se lo han dicho a más personas. Pero también les digo que a veces los chismosos son útiles, porque si uno quiere que algo se sepa en todo el mundo, puedes emplear esa frase y contarle al chismoso lo que quieres que la gente sepa.

El chismoso compulsivo siente que, si alguien dijo algo, es porque te está dando autorización para contarlo, no mide consecuencias, no tiene freno, se “auto-autorizan” para contarlo. Eso hace parte de su enfermedad. Sienten el deber mesiánico de transmitir todo lo que escuchan, sobre todo cuando saben que van a enemistar, eso les causa un placer indescriptible.

El daño lo identifican en cualquier conversación y no consideran nunca el mal que van a causar, o si lo consideran, esa es su felicidad.

Que tristeza, pero normalmente son mujeres las que malintencionadamente, convierten en cuentazo, lo que alguien dijo a modo de información acerca de otra persona y es ahí donde se forma la trifulca. Vienen los ires y venires, el éste dijo y aquella opinó, y lo que era una buena amistad, y una barra de amigos, termina lesionada y se pierde la confianza.

Igual pasa en las familias, siempre hay una persona cerca, que gusta de los cuentos y los lleva y los trae mal contados, sembrando cizaña y dañando la unidad familiar. A estos personajes hay que alejarlos, no enfrentarlos porque es para peor. Son personajes tóxicos a los que hay que hacerlos a un lado. Hay que guardar distancia con ellos, sin ofender ni reclamar, pues ellos mismos terminan entendiendo y al final quedan solos.

En la vida hay que saber guardar secretos, hay que saber callar a tiempo, hay que generar confianza y hay que respetar. No todo es para contar, no todo es para publicar, no todo es para comunicarlo sin medir consecuencias. Nos vemos más bonitas calladitas guardando prudencia y hablando lo conveniente y así para todo.

Como abuelas, debemos ser oportunas a la hora de hablar con nuestros hijos y nietos, aprovechar las circunstancias para enseñarles que con la verdad no se enredan, que hay que ser prudentes y sobre todo, ser seres confiables

Como suegras, ahí sí, que calladitas nos vemos mejor. Una opinión a destiempo, una intervención mal hecha, acabaría con la sana convivencia y la familia de quienes amamos.

Como nueras, la prudencia hace verdaderos sabios. No es fácil ser nuera y menos tener cuñadas, por eso, el afecto se gana con el respeto y la inteligencia para saber manejar una buena relación.

Hay un principio que no falla: si no suma, no lo cuentes.

Quiero invitarlos a que reflexionemos sobre el daño que traen los chismes, los cuentos mal contados, las opiniones a destiempo, las metidas de pata sobre la vida de los demás y la mala compañía que pueden ser las personas atentas a contar lo que no deben .Si vas a decir algo de alguien pregúntate primero si es verdad,  igualmente si es importante para todos a los que les quieren contar, es necesario medir si creará buena voluntad y mejorará las relaciones, o las va dañar y por último, si es beneficioso para todos.. De lo contrario, CÁLLATE.