Casi todos en nuestras familias tenemos una hermana, prima, sobrina, amiga o tía o mamá que son las que más se destacan en las fiestas familiares por su alegría, porque son creativas, animadas y son el alma de las fiestas que hacemos.

 

Ellas son, las que a pesar de que puedan tener una pena, un problema o un dolor, no se dejan amilanar, se levantan con una bendición y con la fe intacta y se ponen sus mejores galas, buscan los atuendos con las cuales se van a lucir y preparan su espíritu para divertirse y disfrutar esa fiesta familiar que cada año por Navidad y año Nuevo hacemos y que por ninguna circunstancia van a dejar de hacerla porque no solo es tradición, sino que las hace felices.

Pues bien, mi familia no es ajena a estos personajes maravillosos, tengo una hermana y una sobrina que prenden candelita debajo del agua.

Todos en la familia sabemos que, si ellas están, el ambiente será el mejor y aún sin pensarlo nosotros mismos nos preparamos como ellas, para pasar bueno y disfrutar.

Cuando ellas llegan, todos nuestros cuerpos y aún el alma saben que llegó la alegría.

Se abre la puerta y al verlas ya estamos seguros que la reunión será de las mejores.

No necesitan beber ni que las retemos para que empiece el goce, porque ellas animan hasta al más Grinch.

Pero también hay a nuestro alrededor otros personajes que hacen posible este encuentro familiar y que son la razón de la reunión. En mi caso, es mi Madre, que, a sus 92 años, es nuestro centro, sobre el cual todos giramos y por supuesto, mis hermanos, quienes nos caracterizamos por estar siempre unidos y que no necesitamos de más nadie para gozarnos la vida.

De esos hermanos todos sobresalen por lo que protagonizan en las reuniones familiares.

Está el chef o cocinero, el dueño del asado y de la mejor comida. Nunca le da pereza cocinar, prepara todo el menú con anticipación, llega con tres horas de anticipación y con todo dispuesto, solo para revisar que nada le falte y organiza su compromiso de tal manera que no se equivoca y siempre comemos súper bien y más de lo que deberíamos, pero como es siempre, tenemos claro que luego haremos dieta.

Están las hermanas organizadoras y dueñas de casa, quienes tienen todo dispuesto. Son las que arman el chat, hacen las invitaciones, ponen las condiciones, exigen confirmación de los asistentes para poder tener todo preparado y tener el regalo para cada asistente.

Son las que, ahora en pandemia, compran los desechables más bonitos y los marcan con el nombre de cada uno de los invitados. Son las que nos dicen que debemos llevar de pasantes, de licor, de gaseosas o jugos, las que nos cobran las cuotas, las más favorables del mundo y las que arreglan todo para dos días de reunión, porque al día siguiente no puede faltar el sancocho. Ellas son tan buenas organizadoras, que ahora en tiempo de pandemia, hasta tapabocas, alcohol y las condiciones para asistir nos las hicieron cumplir a carta cabal. Sin vacunar nadie podría asistir. Por fortuna todos teníamos las segundas y terceras dosis.  Ellas distribuyen las alcobas, las camas y la acomodación para que nadie sufra una mala noche.

Está el hermano técnico, literal, técnico de fútbol y de equipos: de sonido, de computadores, de karaoke, de vídeos espectaculares con los cuales nos entretenemos y hacen sentir y revivir a mi madre sus mejores épocas. Saca las fotos más inéditas que nos hacen gritar y reírnos de nosotros mismos. No le falta nadie, porque hasta a los invitados los mete en los vídeos para gozar de cuenta de ellos.

Está la hermana creativa. La que cada año organiza el juego del amigo secreto para dos cosas: la primera, para que cada uno reciba un regalo y la segunda, para que el descubrimiento de ese amigo nos haga hacer el oso y seamos el disfrute del público. No falla, cada vez se supera porque se prepara súper bien con la ayuda de sus hijos que son más gozones que todos juntos.

Y está también la que ejerce como anfitriona, pendiente de que cada quien esté bien, lleva, trae, sirve, les da gusto en todo y al final queda de cama, pero feliz.

Este cuento es para decirles que hacer fiestas solo para la familia puede ser divertido y si bien nos tomamos nuestros traguitos, nadie se maluquea o se sale de la ropita, porque con tantas responsabilidades y comida no hay tiempo y porque nuestros padres siempre nos enseñaron a divertirnos y a tomar, para estar alegres y no borrachos. Hacemos la fiesta en paz y hacemos feliz a nuestra razón de ser: a mi madre.

Hoy es 31 de diciembre y podemos celebrar, no con un batallón de gente, sino con la familia cercana, hermanos, esposas o esposos, sobrinos con sus respectivas parejas y aquel amigo que ama toda la familia y que no nos puede faltar.

No hace falta reventarse para hacer una buena reunión. Solo se necesita quien organice y entregue responsabilidades a cada quien y sobre todo, tener un motivo para celebrar, que en esta ocasión y en este año que hoy muere, son bastantes.

Tenemos para celebrar que estamos vivos, que con nuestros achaques propios, tenemos salud, que estamos juntos para abrazarnos con los cuidados propios de la pandemia y por qué no, para celebrar la vida espiritual de quienes se nos adelantaron, porque ellos como nosotros también están felices de vernos juntos y porque están gozando de la gloría eterna.

No es día para maldecir y decir “siquiera se fue este 2021”.

Es la ocasión para bendecir y prometernos que cada vez seremos mejores.

Yo, por ejemplo, quiero bendecir su amistad virtual con algunos y más cercana con otros, pero a todos les estoy agradecida por permitirme entrar en sus vidas con mis escritos que siempre llevan una intención: estar cerca de ustedes y poder tocarlos con ellos.