No sé qué tanto serán, pero les tengo una historia y por lo que he visto, si son suertudos.
A veces la vida te sale con unas sorpresas que te dejan atontada por un rato, adolorida por otro, sin saber que hacer o pensar, y con regalos inesperados que a todas luces se aceptan, aunque con dudas y desazón, pero nunca inseguros de que serán bien recibidos.

Pues bien, está historia es de alguien muy cercano y querido por mí y seguramente también se les parecerá a una historia de muchas de ustedes, que de la noche a la mañana y por cuenta del destino, del azar, de un accidente, de un mal rato, o de una muerte inesperada, les llega a su vida lo que más, más amamos: un nieto o una nieta, como en este caso.

Que la vida te entregue una nieta sin esperar porque sus padres no están ya, por cualquier circunstancia, en la mayoría de los casos no es por suerte. Para quienes creemos en Dios, estamos seguros que ese regalo llegó para muchas cosas buenas, así en el momento nos dé susto, pánico, miedo revuelto con felicidad, pero con la tranquilidad también de que será amado.

Muchas veces mis amigas y yo hablábamos de lo bueno que era tener nietos y de lo maravilloso que era poderlos ver, estar con ellos unos días, pero devolverlos. No por falta de amor, que va, sino porque ya no estamos en edad de tenerlos y en la capacidad de hacer todo lo que demandan, porque como hablábamos en otro artículo, ya nos hemos gastado las rodillas, las caderas, la espalda, la fuerza física para cargarlos y los pies para correr detrás de ellos y “pastoriarlos” cuando están empezando a caminar.

Hablábamos del amor que les tenemos y de que por fortuna, Dios nos dio los hijos cuando podíamos criarlos como se debía y con toda la energía que da la juventud.


En esta historia, mi amiga soñaba con tener nietos, ya tenía claro que haría y como los contemplaría y sabía también que siempre necesitaría ayuda para recibirlos porque manejaba dolencias propias de la edad, aunque está joven aún, escasamente raya Los sesenta, pero necesitaba medicamentos para poder recibir con energía el día.

Pero les llegó, a ella y a su esposo, una hermosa nieta de escasos cuatro meses, con el dolor inmenso además, de que el papá de ésta, su hijo, había muerto a los escasos 23 años. Un accidente fatal les regaló con dolor y felicidad una nieta.
Pasado todo lo que un accidente puede traer, la realidad los enfrentó a convertirse de la noche a la mañana en padres y abuelos, y aunque tenían claro que serían abuelos, la nieta, ahora de más de un año, sabe que su abuela es su mamá y así le dice, pero a su abuelo si lo
identifica como tal.


Conversando con mi amiga, delante de quien me quito el sombrero y tiene todo mi cariño y admiración, me dice que las penas con un regalo como el que recibió, se hacen menos duras. Todo se fue tranquilizando y el dolor se convirtió en alegría y en esperanza y ahora todo es diferente.

Los dolores se le fueron o se le escondieron, porque en el amor encontró la fortaleza para hacer de su vida y la de la pequeña, un mundo lleno de energía y de esperanza.

Rodillas, caderas, pies, y demás, se comportan como de quinceañera. La veo correteando con su nieta, agachada o en el suelo jugando con ella, enseñándole a hablar, a caminar, a correr, a reírse, y a hacer las cosas bien y me da una felicidad grande por las dos. Ambas están sanas y curadas, y ambas son unas suertudas por tenerse la una a la otra.


Pero ahí no para la cosa, ser mamá-abuela le ha dado otras condiciones que con el tiempo y con los hijos ya mayores, uno va perdiendo, tales como el volver a hacer paseos dónde haya niños, buscar hoteles con diversiones para grandes y chicos, tener amigas que tengan nietos y entiendan que las visitas ahora son con la nieta, y saborear los productos especiales para niños, buscar guarderías donde esté segura su nieta, y asistir a las reuniones que hacemos con una invitada más, cuando le toca, en donde es bien recibida, y mas que coser o hablar, el mundo se nos transforma a todas en mimos y atenciones para esta nieta.

Toda esta historia es un ejemplo más para decirles que la vida te da sorpresas. Que, así como hoy estamos disfrutando del abuelazgo como tal, cualquier día podemos estar haciendo de mamás-abuelas, tías-abuelas y así por el estilo, y que debemos estar atentas a superar lo que pase, a enfrentar el miedo y la tristeza como lo hizo mi amiga, y a empoderarse del papel que la vida le entregó ya a su edad madura.

No siempre es fácil asumirlo, habrá circunstancias que sortear, temas económicos que definir, pero como dice el dicho: todo niño trae su pan debajo del brazo y nada le faltará si el amor es el que impera.

Pero también es importante aprender a seguir la vida personal sin afugias y con tranquilidad, sacarse el tiempo para uno, así como lo hace mi amiga, quien aprendió a hacer su vida con su esposo y nieta, pero dándose los espacios para ella y para los dos juntos.

A mi amiga, quiero decirle, que este artículo lo escribo con respeto y con su autorización y que tiene toda mi admiración, que va muy bien y cada vez mejor, que Dios estará siempre con ella y su esposo porque han sido una pareja ejemplar, unos padres inmejorables, unos seres humanos generosos y atentos a servir, que como abuelos golearon y estoy segura que la nieta será tan o mejor que ellos, porque va a recibir su ejemplo.
Gracias por permitirme ponerlos como modelo. Se que quienes nos lean los admirarán más y dirán como yo: “que suertuda es esa nieta por tenerlos a ustedes”.