¡No me explico por qué no lo hice antes!.
Creo que me demoré mucho en hacerlo, quizás por respeto, quizás porque siempre lo vi como un hombre dispuesto y apoyador, pero nunca hablador u opinador.

Estoy hablando de Jorge, el esposo de mi hija, el papá de Sebastián, mi nieto con TEA.
Me demoré en hacerlo pero valió la espera. Todo tiene su tiempo y ya verán qué clase de papá tiene Sebastián.

A Jorge siempre lo he visto como el hombre amoroso, silencioso, querendón, entregado a su familia, alcahuete con sus hijos, paciente y tierno con su esposa. En resumen, un ser humano con un corazón muy grande que jamás piensa en lo bondadoso que es.


Dirán ustedes que es perfecto, pero no. No lo es y él mismo lo reconoce.
Con todo el respeto que él me merece, lo invité a que conversáramos sobre Sebastián y a que me permitiera esculcarle un poco el alma para poder compartirlo con ustedes y de una aceptó.

Le dije que lo iba a publicar y no se arrugó, aceptó porque considera que lo que ha aprendido, puede servirles a otros papás que, como él, están en esta situación y que cree su deber, ya que él lo vivió, es contarlo para que no pierdan la esperanza jamás.

Lo primero que pregunté fue lo qué sintió cuando le dieron el diagnóstico de que Sebastián tenía Trastorno del Espectro Autista y me dijo, “sentí que el mundo se me había caído al suelo, porque era ignorante en el tema”. Me explicó que, por no tener idea, ni conocimiento de nada sobre autismo, cuando lo supo, lo relacionó con retraso mental, pero que a pesar de eso, y de sentir que el mundo se le había venido encima, reacciono y pensó: “tampoco era como para morirse y nunca me negué a creerlo, lo acepté” y me dijo: “Lloreeeeee dos semanas seguidas en el carro cuando iba a trabajar, en la oficina y en silencio”.

Jorge Eduardo Duva, como les dije antes, es un ser humano sensible. Me dijo que ese tema, y luego el Covid que casi se lo lleva, lo volvieron llorón, pero que por fortuna tiene una esposa y unos médicos que le hicieron ver que todo iba a salir bien, pero reconoce que le impactó el pensar que no iba a tener un niño como los demás.

Aparte de Mónica su esposa, en quien reconoce que es su soporte, algún compañero que lo vio triste le dijo en ese entonces que, tener un niño autista no era malo, por el contrario, era una bendición, y le manifestó que eso era una genialidad, porque muchos hombres importantes y genios del mundo lo eran o habían sido autistas. Esa conversación le dio calma, en uno de esos días al comienzo del proceso, en que no veía con claridad y dejó de pensar en su hijo como un niño diferente.

Todos esos días iniciales luego del diagnóstico, mi esposo y yo los vivimos con ellos. Fuimos testigos de sus afugias, sus llantos, sus dolores, pero también de su entereza, de las ganas de sacarlo adelante, de buscar lo mejor, de encontrar quien los asesorara en el tema y todo se les fue dando poco a poco.

Vimos el empoderamiento de Mónica y el silencio de Jorge que a veces lo interpretamos como negación, pero que cuando le pregunté si había sido eso, me dijo que no, que jamás dudó del diagnóstico, porque Mónica desde hacía meses le venía hablando del comportamiento extraño de Sebastián y de cierto modo, lo estaba preparando para el golpe.

Me tocó el alma conocer de sus labios, no solo el inmenso amor que tiene por su esposa, sino ese reconocimiento que él mismo me dice que no se lo ha expresado en palabras, “porque soy como malito para hablar, pero yo sé y reconozco que Mónica es la del todo en este tema”.

Me dijo que le reconocía que después de las explicaciones que los médicos les dieron y que Mónica le aclaró más, “porque ella es psicóloga de profesión, investiga, lee y es muy buena para entender y resolver problemas”, se sintió aliviado y tranquilo, perro dispuesto a hacer por su hijo lo mejor.

Jorge se sabe que no es bueno para estudiar e investigar sobre autismo, “yo, no soy bueno para eso, me da dificultad atender lo que me dicen otros, prefiero que sea Mónica quien me hable y me explique” y me aseguró que desde ese momento todo le cambió, dejó de llorar y le prometió a Dios que como fuera, iba a amar a Sebastián por siempre.

Hablar con mi yerno, me dejó una sensación muy hermosa. Si bien yo ya sabía que él era un buen hombre y mejor ser humano, un excelente papá y maravilloso esposo, sentí que había conocido un aspecto muy sensible de él que no sabía. Me emociono hasta las lágrimas, cuando me dijo que jamás había renegado de Dios, y que cuando estuvo más calmado y había entendido del tema cerro los ojos y dijo: “gracias Dios por darnos este hijo, yo sé que lo enviaste al hogar donde tenía que estar”.

Como ven, solo una persona con bellos sentimientos y mucho amor puede hacer eso. Me confesó que al principio le daba muy duro ver que su hijo se golpeaba, se jalaba el cabello, eso los hacía derrumbarse, al igual de no saber qué le pasaba, porque aún hablaba, pues era un bebé de apenas catorce meses en ese entonces.

Siento que Jorge también vació su alma en esta conversación. Nunca lo había visto tan espontaneo, tan franco, tan claro, tan conversador, fueron casi dos horas por teléfono y bueno, esto nos dará para muchos temas más que les iré contando poco a poco.

Pero por hoy, quiero decirles a ustedes y en especial a los papás que tienen niños con TEA, que como dice Jorge, no es para morirse. Es todo un proceso y si bien se llora, se descorazonan, sienten que no hay esperanzas y no es verdad.

Tener un hijo con autismo es una bendición, y no solo lo dice él, lo decimos quienes lo tenemos, porque se aprende cada día. Porque la paciencia florece. Porque cuando los avances se dan, la esperanza renace. Porque a medida que van creciendo, uno quiere morirse de amor y de felicidad. Porque cuando hablan todo es alegría y porque cuando manifiestan su amor, es para agradecerle a Dios este regalo.

Ahora que Sebastián ha crecido, vemos ese pasado como lejano y aunque se vive el día a día, la fe es la compañera permanente en este proceso.