Se preguntarán¿qué es eso?, ¿Cómo que hay familias con máscaras? Pues sí, las hay y se las voy a describir. 

Son aquellas que por aparentar lo que no son, son la luz y envidia de la calle y la oscuridad en su casa. 

Son las que se acomodan bien a ese dicho, «Luz de la calle, oscuridad de la casa» o «De dientes para afuera». 

Son los que predican tener un hogar impecable, de hijos maravillosos, obedientes, bien hermanados, bien casados, que son responsables, que no son envidiosos, que no compiten, que los aman, y que son felices y vas a ver y son todo lo contrario. 

Recientemente me enteré de unos hogares que se vinieron abajo, de esos en donde sus padres presumían con su núcleo familiar: matrimonios perfectos y, por conveniencia, se separaron, los que eran padres e hijos amorosos se enfrentaron, y lo que parecía una familia terminó siendo un remedo. 

Y ¿qué pasó?  Pues que salieron los secretos que estaban debajo de la alfombra. Que el piso en el cual estaban parados era falso y de mala calidad y que lo que siempre creyeron, no era la verdad. 

Todo se fue en apariencias, no cuidaron como padres la educación del hogar, no formaron hijos con valores, no les dijeron que el tener orgullo enceguecía, nos les advirtieron que la ambición obligaba a hacer actos indebidos, no les mostraron que el amor nacía, no solamente se hacía. No les inculcaron la decencia como principio, y no se dieron cuenta que como padres fallaron. 

¿por qué fallaron? Porque en su necesidad de padres, vieron en sus hijos las mentes que no tenían, vieron que el tener era más importante que el saber, vieron que lo que construyeron estaba parado en la ambición, en el aparentar, en el mostrar, en el hablar y no en lo necesario. 

No se dieron cuenta de que lo importante era formar mentes lúcidas e inteligentes, que lo importante no era tener sino hacer, que no era importante mostrar sino ser, y que tener mucho no les alcanzó para formar buenos seres humanos. 

¿Pero qué es lo que realmente quiere un hijo de sus padres? 

Que les den seguridad, que sean su polo a tierra, que les digan que son fruto del amor, que se sienten orgullosos de él por lo que es, por lo que ha hecho, por lo que está construyendo, que lo entiendan y que lo hagan feliz. 

Un hijo nace puro, no hay que dañarlo con las malas enseñanzas. No hay que meterle en la cabeza superficialidad, hay que enseñarle valores, hay que educarlo y hacerlo buena persona primero, y profesional o trabajador o lo que quiera ser, después. 

Y si los padres no lo pueden hacer, para eso estamos los abuelos, para enderezar a los padres, hacerles ver sus equivocaciones y ayudarles a tener nietos e hijos mejores, que aprendan a vivir sus realidades y a sentirse orgullosos de ellas. 

Las invito a mirar las fotos viejas, a reconocer los que eran y lo que son hoy, a que miren sus raíces, a que disfruten de todos sus familiares, los conozcan y sientan como vivían ustedes, y sobre todo de qué estaban hechos. 

Presumir, guardar secretos, y mostrarse como no somos, siempre termina por enfrentarse a la verdad. 

Qué mejor que levantar hijos y nietos dentro de un hogar donde el amor sea la base, donde los valores sean los pilares y donde la familia sea el fuerte que los sostenga a todos. 

Las experiencias sirven para asumirlas, se vale equivocarse y enderezar, pero no mantener o repetir historias equivocadas. 

Si tenemos máscaras, es hora de quitárnoslas